3 de octubre de 2010

Sweet and lowdown (Woody Allen)


“Sweet and lowdown” sin voces: un homenaje al jazz y al cine mudo 
(Vladimir Caraballo)

Con el objetivo de escribir estos párrafos, decidí ver nuevamente “Sweet and Lowdown” (Woody Allen, 1999). Sin embargo, algo raro ocurrió con la copia: el sonido de cada acorde de guitarra, de cada golpe del piano, de cada cuerda de contrabajo, funcionaba perfectamente; cada sonido era nítido, a excepción de uno: el de las voces. Ni la voz inicial de Allen hablando de Emett Ray, protagonista de la película y guitarrista extravagante, patético, fascinante, tosco y odioso; ni la de Ben Duncan (Disc Jockey de la emisora WFAD-FM) describiendo los desmayos que Ray sufría cada vez que veía al gran guitarrista de jazz Django Reinhardt (me pregunto que le hubiera pasado a Allen si se hubiese encontrado alguna vez con Sidney Bechet en persona); ni la del mismo Sean Penn interpretando a Ray; ninguna voz, desde el inicio hasta el final, pudo ser escuchada.

Lo que escribo aquí, entonces, es producto de haber visto Sweet and Lowdown sin el sonido de las palabras. Por eso, desde esta ausencia y desde la solitaria pero, por eso mismo, inmensa presencia de la música durante los 95 minutos de duración, esto es un triple homenaje: al cine mudo (por el casual silencio de las voces de mi copia, por la elocuente mudez de Hallie –compañera sentimental de Emmet Ray, y por la torpeza o falta de sentido común de éste –típica de los personajes del cine mudo), a Django Reinhardt y al Jazz.

Bird (Clint Eastwood)



Bird
(Mauricio Montenegro)


Clint Eastwood ha dirigido, desde 1971 y hasta 2010, 32 largometrajes; Bird fue el número 13. Los 12 primeros fueron refritos de sus épocas de cowboy silencioso con Sergio Leone y de su famoso papel en Dirty Harry, de Don Siegel. Fueron 12 películas en las que Eastwood personificó casi hasta la caricatura vaqueros, soldados, mercenarios, policías, outsiders. Películas de “acción”, que llaman. La única excepción a esta regla fue el drama Breezy (1973), la única de sus primeras películas que no fue protagonizada por él mismo; un drama que curiosamente prefigura algunas de sus últimas películas sobre mujeres solas ante la adversidad, como Changeling (2008). Pero más allá de la curiosa excepción de Breezy, la carrera de Eastwood como director parecía destinada a la serie B y a los remakes japoneses.

Bird significó el inicio de una carrera completamente nueva. Eastwood tomó varias decisiones que daban un giro radical a su trabajo: se decidió por el difícil género biográfico, por la dirección de arte de una película “de época” (está ambientada en el periodo 1930-1950), por un personaje polémico y complejo (el saxofonista Charlie Parker, genialmente interpretado por Forest Whitaker), y, en fin, por el tipo de película que nadie hubiese esperado que él dirigiera. A partir de Bird, Eastwood se arriesgó con historias más personales, de mayor complejidad dramática, con personajes más completos. Aunque muchas de sus películas de los años noventa fueron todavía directamente a la serie B, otras fueron auténticas obras maestras (Unforgiven, de 1992, es el ejemplo incontrovertible); luego, Eastwood inició una lenta deriva hacia el drama (The Bridges of Madison, 1995). La década del 2000 significó su consagración definitiva como director: grandes películas, como Mystic River (2003), Letters from Iwo Jima (2006), o Gran Torino (2008), lo han convertido en un director de culto.

24 hour party people (Michael Winterbottom)



¡Welcome to "Madchester"!
(David García)

Hay en toda experiencia estética significativa algo ininteligible e indecible, algo que se escapa y que es la clave para entender por qué nos gustó tanto una cosa, la detestamos, o bien nos resultó indiferente; la naturaleza de estas experiencias es, además, ambigua, pues si algunas veces parece fija e inmodificable, otras, por el contrario, se actualiza o se modifica radicalmente. El cine y la música han sido, para mí como para muchos otros, causa y motivo de algunas de las experiencias estéticas más relevantes y más intensas, de allí la sorpresa, la emoción y el impacto tras la primera vez que vi 24 hour party people[1] (2002), del director inglés Michael Winterbottom. En adelante, siempre que la evocaba llegaban a mi mente el entrañable Tony Wilson con sus frases geniales (como cuando se refiere a Ian Curtis como “el Ché Guevara de la música”), algunas escenas emblemáticas como la “concepción” de la aún más emblemática “Blue Monday” de New Order, y episodios (leyendas) que, a mi juicio, fueron determinantes para la historia de la música como “el nacimiento de la cultura rave. La beatificación del beat. La era del baile. El momento en que incluso el hombre blanco empieza a bailar”. Antes de esta película ya me gustaba Joy Division y New Order, los Sex Pistols, los Buzzcocks, y otros más, pero después de verla tuve más imágenes y más ideas asociadas a estas bandas y a su música, con lo cual tuvo lugar una nueva experiencia estética más intensa y más bella, que, sin embargo, fue cambiando un poco cada vez que volví a ver la película (y no han sido muchas). 

Do the right thing (Spike Lee)


Haz lo correcto: ¡Lucha contra el poder! 
(Juan Sebastián Corcione)

Para efectos prácticos, llamemos aburrimiento a toda repetición rítmica que pretende escapar de su postulado inicial a fuerza de reiteraciones.

(PLAY)

Grita el pastor de una iglesia:

-¿Quién ha dicho que hemos venido al mundo a algo distinto del aburrimiento?

- Multitud: FIGHT THE POWER, FIGHT THE POWER, FIGHT THE POWER, FIGHT THE POWER, FIGHT THE POWER, FIGHT THE POWER, FIGHT THE POWER WHE’VE GOT TO FIGHT THE POWER THAT BE-

- Se aburrió la nada de ser nada, y dios de ser dios y juntos le dieron play a la vida, una coreografía insensata que va de aquí para allá en puntitas y alaridos.