26 de septiembre de 2009

Sam Peckinpah




Las obsesiones de “Bloody Sam”
(David García)

Un homenaje al monstruo de Andrés Caicedo

No siempre es fácil hacerse una idea del genio y el carácter de un director a partir de analizar en retrospectiva toda su filmografía; además, un ejercicio de esta naturaleza partiría del supuesto, poco común por demás, y tal vez poco deseable, de una coherencia conceptual, estética o temática que atravesara toda la obra de un creador (un supuesto o una camisa de fuerza que pocos quieren cargar). Me parece más acertado, entonces, acercarse a un creador a partir de sus obsesiones. O mejor, digámoslo de otro modo: creo que las obsesiones son la única manera de acercarse a la desigual producción cinematográfica del director norteamericano Sam Peckinpah (1925 – 1984), cuyo genio y carácter, precisamente, aunque muchas veces andaban cada cual por su lado, eventualmente se cruzaron, se encontraron, y el resultado de este choque de trenes fueron varias películas “importantes”, “claves”, “necesarias” (¿para qué?, ¿para quién?). Una desigualdad, por demás, que se evidencia en múltiples aspectos de sus películas, desde la factura o el refinamiento estético (y los efectos especiales), pasando por la complejidad de las tramas y el carácter de sus personajes (a veces con tal fuerza y voluntad que persiguen al espectador mucho tiempo después de terminada la película, y en otras ocasiones casi que simples muñecos para una suerte de stand up comedy de un ventrílocuo sádico y cínico, y en estos casos es el ventrílocuo el que lo persigue a uno), hasta los presupuestos siempre cambiantes como era cambiante la reputación de Peckinpah y, por ende, la confianza de las productoras a la hora de darle su dinero a este volátil director cuyo talento, aunque innegable, a veces era puesto en entredicho por su afición al alcohol y a las drogas, y, todo hay que decirlo, no siempre sus producciones refrendaron su genio.

No. 001 Decadencia

Últimamente hemos pensado mucho en la decadencia, lo que ya dice mucho de nosotros, aunque sin duda dice aún más de estos tiempos. Tanto la hemos pensado que incluso llegamos a formular una suerte de reglas generales de la decadencia, principios sine qua non, leyes básicas. Decadencia como caída, libre o controlada, con paracaídas o a carne viva, con los ojos cerrados e insultando o a conciencia y con resignación (que siempre es triste), en soledad o con compañeros de hazañas, de la índole que éstas sean. Así, se necesita siempre el referente temporal y espacial que indique el talante de la caída, o el talante de la apuesta, que para el caso es lo mismo: un tiempo pasado en el que todo fue mejor para unos, no así, claro está, para todos los “otros”, y una cima o una pendiente que se escaló y desde la cual se miró hacia abajo, a los que pernoctaban en la normalidad, en la medianía. Ahora, con la caída, algo termina: uno está terminando. Y sin duda el arte es uno de los lugares más idóneos para dar cuenta de ese humano afán de la superioridad, de la altura, y el cine la ha tomado con los cadáveres frescos de esos personajes para los que el mundo, tal como lo conocieron, tal como lo comprendieron, y, sobre todo, el mundo en el que triunfaron, en el que creyeron ser felices y hasta exitosos, ha desaparecido, se ha esfumado o derrumbado: desde Norma Desmond, la estrella de cine mudo “pasada de moda” en Sunset Boulevard, de Billy Wilder (que no en vano fue traducida como “El Ocaso de una Estrella”), hasta el entrañable Toulouse-Lautrec del Moulin Rouge de John Huston (que como un mercenario nos lanza casi todas sus bombas cinematográficas atrincherado en la decadencia y los ocasos de pequeños mundos y grandes sueños). La cima atrae, hace pensar que vale la pena; pues siempre sienta bien mirar desde arriba pero, sobre todo, saberse mirado, por eso, como un hoyo negro, atrae e hipnotiza. Todo lo que sube tiene que caer, y cada vez más rápido. The rise and fall of… es la historia de la vida. Aún así la caída no es siempre el final, si se aprende a vivir abajo; algunos, en el cine, lo han logrado. A propósito de esto o a pesar de esto, estos CAHIERS DE DVD que recién inician están “dedicados”, en papel y tinta, a la decadencia y la caída.