Navegando por las nostálgicas aguas de la radio y el Rock & Roll
Juan Andrés Álvarez Castaño
La escena puede parecer exótica y lejana pero guarda una curiosa similitud con el mundo de navegantes y de piratas virtuales en el que vivimos: en la Inglaterra colorida de los años sesenta, cuando la BBC de Londres llevaba más de cuatro décadas convertida en un imperio mediático incontestable, decenas de hombres al frente de emisoras instaladas a bordo de barcos en las aguas heladas del Mar del Norte, sin dios ni ley y fuera de la jurisdicción del gobierno británico, dedican sus vidas a la radio transmitiendo 24 horas al día una música nueva, extraña y corruptora de la moral llamada rock & roll. El tipo de vida que muchos quisieran…Por supuesto, no pasa mucho tiempo antes de que la Corona ponga todo su empeño en declarar la ilegalidad de esos medios, escandalosamente libres, carismáticos y entretenidos, cuya señal llega a más de veinte millones de ingleses, en su mayoría jóvenes y adolescentes baby boomers, aquella generación fruto de la insólita explosión demográfica en Inglaterra y otros países anglosajones luego de la Segunda Guerra mundial. Esa generación que luego llevaría por estandarte la rebeldía y la lucha por las libertades individuales.
El encargado de contar en el cine la historia de esas emisoras, conocidas como pirate radios, fue Richard Curtis en The Boat That Roacked (2009), una comedia sobre la amistad y la música y una celebración de un medio que curiosamente encontró el impulso definitivo para su desarrollo con el hundimiento de un barco cuando en 1912, luego de tres días tortuosos, el Titanic lograra transmitir por fin su angustiosa pero ya casi inútil señal de S.O.S. La película cuenta con un elenco de comediantes y actores de ensueño que le aportan gran parte de su encanto: Phil Seymour Hoffman, Bill Nighy, Nick Frost, Chris Ifans, Emma Thompson, Kenneth Branagh… En fin. Curtis, valga decirlo de paso, cuenta con el peculiar mérito de ser el creador de Mr Bean y firmó en 2011 el guion de Caballo de Guerra, película del inesperadamente empalagoso Steven Spelberg. Escribió además comedias memorables como Cuatro bodas y un entierro, Love Actually (que además dirigió), El diario de Bridget Jones y su secuela.
Aunque The Boat That Roacked está ambientada en los años sesenta, la radio en realidad comenzó su historia siendo pirata: cientos de aficionados y experimentadores a finales del siglo XIX y principios del XX convertían el espectro radioeléctrico en un enjambre de señales confusas que una y otra vez interferían en las comunicaciones de los barcos, lo que en efecto ocurrió con el Titanic y aceleró la creación en Estados Unidos de una ley para regular las radio comunicaciones solo unos meses después del hundimiento. Algunos de esos aficionados están incluso involucrados estrechamente con el desarrollo del cine, al punto de ser figuras paternales: Lee De forest y Thomas Alba Edison, que recorrieron algún tramo del largo camino por dotar a las películas de sonido, y que además de inventores eran verdaderos hombres de negocios, invirtieron parte de su ingenio en tratar de encontrar las aplicaciones comerciales del trabajo de Tesla y Marconi.
Pero el esplendor de la radio pirata llegó en los sesenta con la eclosión de la música pop. En esa Inglaterra llena de jóvenes, la siempre adusta BBC Radio solo se permitía transmitir algo menos de una hora de música y vetaba a los artistas que se presentaban en medios como Radio Luxemburgo, una emisora comercial especializada en música y entretenimiento que amenazaba su imperio. Bastaron solo unos años para que un puñado de emisoras comenzaran a transmitir desde barcos, en aguas internacionales, especialmente en el Mar del Norte, para evitar la jurisdicción de las leyes inglesas. Algunas, como Radio Carolina y Radio London (que aún existen pero ahora transmiten legalmente) se convirtieron en leyendas y sus DJ eran admirados como estrellas. Había que tomar cartas en el asunto…
Por supuesto hay una gran similitud entre aquellos piratas que compartían la música que identificó a una generación con los piratas virtuales que actualmente mantienen en ascuas a los gobiernos del mundo. En el fondo en ambos casos nos encontramos con negocios que aumentan el patrimonio de alguien, pero que al mismo tiempo benefician a millones de personas que pueden acceder libremente a ideas y conocimientos que de otra forma no conocerían. Y como sabemos perfectamente desde la invención de la imprenta, no hay mayor riesgo para el status quo que la difusión indiscriminada del saber.
Vale recordar en este punto que parte del poder que se le atribuye a la radio radica tal vez en el carácter in material del sonido que, a diferencia de lo que ocurre con las imágenes, le permite cruzar todo tipo de barreras y viajar impunemente por el espacio. En el Discurso del Rey, la película de Tom Hooper ganadora del Oscar en 2010, Jorge V le advierte a su hijo y sucesor que gracias al invento de la radio ahora el Rey entra en la casa de cada uno de sus súbditos cuando pronuncia un discurso. Era un hecho y siempre hemos tenido que correr con las consecuencias. Antes que la televisión y mucho antes que el internet, las ondas hertzianas habían invadido riesgosamente los hogares del mundo con su universo nostálgico de sonidos y palabras. Fue a ese medio en todo caso al que primero se le atribuyeron en el siglo pasado los efectos nocivos de la comunicación masiva. Por ejemplo En Días de Radio la madre le dice a Joe, el alter ego de Woody Allen, que va a arruinar su vida si no se olvida de la radio, que ya para finales de los años treinta estaba poblada de relatos de superhéroes escabrosos y vengadores enmascarados; lo dice como cualquier madre de hoy trataría de persuadir a su hijo de que se aleje de Facebook o de Twitter. Con mucha frecuencia se cita también el poder de convicción devastador de los discursos radiales de Adolfo Hitler y Joseph Goebbels, su ministro de propaganda, sobre la confundida y débil conciencia de esa Alemania que cargaba con la vergüenza de la derrota luego del Tratado de Versalles y aun así se preparaba para la Segunda Guerra Mundial. Y durante los peores momentos de los combates en el Frente Oriental tanto rusos como ingleses, maestros de la guerra sicológica, usaban sus emisoras para martillar una y otra vez el siguiente mensaje desolador: cada siete segundos muere un soldado alemán en Stalingrado… En Colombia en particular, y lo podemos comprobar en Confesión a Laura de Jaime Osorio, todavía recordamos con asombro y tratamos de comprender las consecuencias de la intervención de gente como Jorge Zalamea en la Radio Nacional y de las emisoras clandestinas que incitaban a la insurrección y transmitían los comunicados del Partido Comunista aquel nueve de abril de 1948.
Por último queda recordar de nuevo al Rock como gran parte del espíritu que les daba vida a aquellas emisoras piratas y como uno de los elementos más atractivos de The Boat that rocked. Esa música nacida del blues siempre ha llevado un aire subversivo y comunitario y logra que en ocasiones el espectador quiera olvidarse de la pantalla para ponerse a brincar mientras suenan The Rolling Stones, The Turtles, The Who y hasta David Bowie y mientras los personajes van por el barco haciendo air guitar como unos renegados inmaduros y encantadores.
Fuentes:
Richard Ellen; “On the run”. Podcast diponible en la web: http://www.transdiffusion.org/radio/features/on_the_run_the
“British radio before the Caroline era”. Disponible en la web: http://www.radiocaroline.co.uk/#history_part_1.html
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