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20 de febrero de 2010

No. 002 Cine Club "Fred Savage"

El cine se las traía con nosotros desde hace rato. Primero fue cada quien por su cuenta, unos más, otros menos, pero cada uno, como podía, lidiaba con sus gustos y sus obsesiones, siempre cambiantes y renovables; después coincidimos o divergimos, nos acercamos o nos alejamos, encuentros y desencuentros, en cualquier caso, nos cruzamos… En ese momento pensamos que había que hacer algo. Se acercaba junio y con él algo de tiempo, que siempre es escaso. La voluntad, la emoción y las ganas compartidas le pudieron al cruce de los tiempos y a los compromisos de toda índole, adquiridos o por adquirir. Las condiciones logísticas dieron el empujón definitivo: armados de videobeam y telón todo empezó a andar. Después lo más difícil: armar la programación. Nuestras obsesiones afloraron, todo tipo de argumentos y adjetivos se esgrimieron para justificar nombres de directores, películas, géneros, épocas… “director indispensable”, “película clave”, “época infaltable”; como suele pasar con toda programación, sea de la índole que sea, hubo arbitrariedad, caprichos y gustos, todo más o menos abierto a la negociación. El resultado, en el papel: seis directores, tres películas de cada uno de ellos por semana, todos los martes, jueves y viernes de junio de 2009; el lugar lo omitimos no vaya y sea que a algún lector-espectador desprevenido le dé por aparecerse por allí, algún “enfermo de cine”, como llamó a esa patología el también enfermo de eso Andrés Caicedo (por esa época estábamos embelesados con su “Ojo al cine”, que afortunadamente hace poco fue reeditado). Sólo faltaba el nombre para este extraño “cine club”; a decir verdad nos concentramos más en los directores y sus películas (qué se incluye, qué se deja, trágicamente, por fuera) y por ende surgieron pocas ideas para bautizar aquel espacio de y para el cine, para ver y para hablar de cine. “Fred Savage” se llamó y así quedó y dejémoslo ahí. “Si tienes ganas de hacer reír a Dios, cuéntale tus planes” dicen en alguna parte de Amores Perros; pues bien, de las 18 películas programadas, no todas por una u otra razón, fueron exhibidas, algunas por cambios de última hora, otras por problemas logísticos que no faltan. En fin, estos son los directores, y estas sus películas, exhibidas en la primera (¿y única?) versión del Cine Club Fred Savage, material al cual va dedicada esta edición de los CAHIERS DE DVD, pues sin duda fue su antecedente directo: Sam Peckinpah (Straw Dogs y Pat Garret and Billy the kid), Terrence Malick (Bad lands y Days of heaven), Michelangelo Antonioni (L’avventura, La notte y L’eclisse), Alfred Hitchcock (Strangers on a train, I confess y Vertigo), y Woody Allen (Stardust Memories y Broadway Danny Rose).

4 de octubre de 2009

Woody Allen



Woody Allen. Un arte medio.
(Mauricio Montenegro)

Se ha escrito mucho sobre Woody Allen. Sin pretender ser exhaustivo, debo señalar a dos autores claves en el seguimiento a su carrera cinematográfica: Eric Lax, uno de sus biógrafos[1], y quien lo ha entrevistado constantemente desde 1971, y Richard Schickel, probablemente el crítico de cine que más se ha interesado en su obra. Del primero hay que reseñar el maravilloso “Conversaciones con Woody Allen” (Lumen, 2008), de lejos, el estudio más juicioso e inteligente sobre Allen; del segundo, “Woody Allen por sí mismo” (Ma Non Troppo, 2005)[2].

El hecho es que se ha escrito mucho sobre Allen, y yo, que (ya lo habrán notado) soy alleniano radical, lo he leído casi todo. Por eso me puedo sentir autorizado a decir que no se ha señalado suficientemente un aspecto determinante de su obra: la continua tensión entre drama y comedia.

Michelangelo Antonioni


ANTONIONI 1960
(Fernando Astaiza)

Con este texto mostraré distintos puntos de vista que, de una u otra forma, permanecen en cada una de las tres películas que Antonioni concibió en los primeros años de la década del sesenta. L'Avventura, La Notte y L'Eclisse, han servido de expresión al genio de este director para abordar temas, quizá no completamente inéditos, pero que permanecían sin ser explorados a fondo, y sobre todo sin una poética cinematográfica disponible. En este sentido, con todo y la transformación que Antonioni imprimió al neorrealismo con estas tres películas, nunca dio la espalda a los procesos vitales de la ciudad, los personajes y los objetos, por el contrario, los abordó develando las motivaciones y contextos que hasta entonces, los hombres de la cámara no habían elaborado.

Terrence Malick




Terrence Malick (Sin notas al pie)
(Carlos Martín)

Voy a hablar sobre Terrence Malick. No voy a hacer abstracciones y cruces raros entre su cinematografía y la obra poética de Hölderling, diciendo que el día que muera marcará históricamente de un modo significativo el sentir del mundo (ya lo ha hecho, vivo); ni tampoco con Heidegger o la filosofía (por su formación en Harvard y Oxford en ambos aspectos), ni con otros directores, músicos o artistas. Malick se basta y se sobra para proponer una visión global de las cosas que lo rodean y que nos rodean: de la época, de las personas y de las situaciones. Hace unos ocho años que lo conocí con “The thin red line”, sabiendo que me enfrentaba a una forma de expresión que sobrepasaba con mucho mis referentes o mi capacidad de lectura, no solo de una cinta, sino de una comprensión del mundo estremecedora que reúne en sus características todo lo mencionado más arriba: la poesía, la filosofía, el arte.

26 de septiembre de 2009

Sam Peckinpah




Las obsesiones de “Bloody Sam”
(David García)

Un homenaje al monstruo de Andrés Caicedo

No siempre es fácil hacerse una idea del genio y el carácter de un director a partir de analizar en retrospectiva toda su filmografía; además, un ejercicio de esta naturaleza partiría del supuesto, poco común por demás, y tal vez poco deseable, de una coherencia conceptual, estética o temática que atravesara toda la obra de un creador (un supuesto o una camisa de fuerza que pocos quieren cargar). Me parece más acertado, entonces, acercarse a un creador a partir de sus obsesiones. O mejor, digámoslo de otro modo: creo que las obsesiones son la única manera de acercarse a la desigual producción cinematográfica del director norteamericano Sam Peckinpah (1925 – 1984), cuyo genio y carácter, precisamente, aunque muchas veces andaban cada cual por su lado, eventualmente se cruzaron, se encontraron, y el resultado de este choque de trenes fueron varias películas “importantes”, “claves”, “necesarias” (¿para qué?, ¿para quién?). Una desigualdad, por demás, que se evidencia en múltiples aspectos de sus películas, desde la factura o el refinamiento estético (y los efectos especiales), pasando por la complejidad de las tramas y el carácter de sus personajes (a veces con tal fuerza y voluntad que persiguen al espectador mucho tiempo después de terminada la película, y en otras ocasiones casi que simples muñecos para una suerte de stand up comedy de un ventrílocuo sádico y cínico, y en estos casos es el ventrílocuo el que lo persigue a uno), hasta los presupuestos siempre cambiantes como era cambiante la reputación de Peckinpah y, por ende, la confianza de las productoras a la hora de darle su dinero a este volátil director cuyo talento, aunque innegable, a veces era puesto en entredicho por su afición al alcohol y a las drogas, y, todo hay que decirlo, no siempre sus producciones refrendaron su genio.