“Sweet and lowdown” sin voces: un homenaje al jazz y al cine mudo
(Vladimir Caraballo)
Con el objetivo de escribir estos párrafos, decidí ver nuevamente “Sweet and Lowdown” (Woody Allen, 1999). Sin embargo, algo raro ocurrió con la copia: el sonido de cada acorde de guitarra, de cada golpe del piano, de cada cuerda de contrabajo, funcionaba perfectamente; cada sonido era nítido, a excepción de uno: el de las voces. Ni la voz inicial de Allen hablando de Emett Ray, protagonista de la película y guitarrista extravagante, patético, fascinante, tosco y odioso; ni la de Ben Duncan (Disc Jockey de la emisora WFAD-FM) describiendo los desmayos que Ray sufría cada vez que veía al gran guitarrista de jazz Django Reinhardt (me pregunto que le hubiera pasado a Allen si se hubiese encontrado alguna vez con Sidney Bechet en persona); ni la del mismo Sean Penn interpretando a Ray; ninguna voz, desde el inicio hasta el final, pudo ser escuchada.
Lo que escribo aquí, entonces, es producto de haber visto Sweet and Lowdown sin el sonido de las palabras. Por eso, desde esta ausencia y desde la solitaria pero, por eso mismo, inmensa presencia de la música durante los 95 minutos de duración, esto es un triple homenaje: al cine mudo (por el casual silencio de las voces de mi copia, por la elocuente mudez de Hallie –compañera sentimental de Emmet Ray, y por la torpeza o falta de sentido común de éste –típica de los personajes del cine mudo), a Django Reinhardt y al Jazz.