4 de octubre de 2009

Woody Allen



Woody Allen. Un arte medio.
(Mauricio Montenegro)

Se ha escrito mucho sobre Woody Allen. Sin pretender ser exhaustivo, debo señalar a dos autores claves en el seguimiento a su carrera cinematográfica: Eric Lax, uno de sus biógrafos[1], y quien lo ha entrevistado constantemente desde 1971, y Richard Schickel, probablemente el crítico de cine que más se ha interesado en su obra. Del primero hay que reseñar el maravilloso “Conversaciones con Woody Allen” (Lumen, 2008), de lejos, el estudio más juicioso e inteligente sobre Allen; del segundo, “Woody Allen por sí mismo” (Ma Non Troppo, 2005)[2].

El hecho es que se ha escrito mucho sobre Allen, y yo, que (ya lo habrán notado) soy alleniano radical, lo he leído casi todo. Por eso me puedo sentir autorizado a decir que no se ha señalado suficientemente un aspecto determinante de su obra: la continua tensión entre drama y comedia.

Y digo que este aspecto no se ha señalado suficientemente porque la mayoría de sus defensores se conforman con subrayar la perspicacia de sus diálogos, la inteligencia de sus artificios, la solidez de su forma narrativa. Sus detractores, entretanto, se han especializado en dos variantes: sugerir cierta “traición a su público” al dejar la comedia slapstick que lo hizo famoso en la primera década de su carrera (es la variante de Douglas Brode), o bien, señalar indiferentemente que Allen “se repite” y archivarlo sin concesiones, (por supuesto, no voy a referirme a la variante farandulera que se concentra en detalles de su vida personal). 

El propio Allen ha dicho muchas veces que hubiese querido hacer drama, no drama épico, sino una especie de drama menor, de buen drama menor, centrado en la cotidianidad de los personajes, en los detalles, en los matices; el ejemplo perfecto, citado constantemente por el propio Allen, es Anton Chejov. Muchos de sus directores preferidos hacen drama, especialmente Ingmar Bergman, a quien Allen admira profundamente. En sus conversaciones con Lax, Allen insiste en este punto: tiene talento para la comedia, pero prefiere la tragedia, como forma, como perspectiva, como modo de comprensión del mundo. La mayor parte de la obra de Allen está marcada por esta frustración; en 2007 le dijo a Lax: “Cuando terminé Scoop pensé: ‘Qué fastidio. Estoy perdiendo el tiempo con esta pequeña comedia cuando podría estar haciendo otra película como Match Point ¿Por qué pierdo el tiempo con esto?” 

A continuación, reseñaré dos películas de Allen, vistas en las sesiones de directores del Fred Savage, insistiendo en algunos aspectos de estas tensiones entre drama y comedia. 

Broadway Danny Rose 

Una de las salidas que Allen ha encontrado a esta disyuntiva es el deslizamiento de un fondo trágico bajo la forma cómica. Sobre esta estrategia puede decirse, casi con seguridad, que ningún otro cineasta ha alcanzado el nivel de refinamiento de Allen. Para mí, la película que mejor ilustra esta propuesta es Broadway Danny Rose [BDR] (1984). Allen ha hecho notar, en películas como Cassandra´s Dream (2007), que los héroes de las tragedias también pueden ser tontos; en BDR demuestra que los tontos de las comedias también pueden ser héroes. 

Recuerdo que en la presentación de BDR en el Fred Savage los asistentes estuvieron muy prevenidos frente a Allen, frente a “otra comedia de Allen”, como suele pasar, y sólo fueron cediendo poco a poco al efecto cómico de la “comedia de situaciones” (el retrato de Danny como un perdedor, la serie de malentendidos, la persecución, el clímax en la bodega); sin embargo, el giro dramático de la historia fue convenciendo a los asistentes de que no estaban asistiendo simplemente a una comedia inofensiva. En BDR, los personajes, apenas esbozados al inicio (una estrategia típicamente chejoviana) van adquiriendo peso, densidad, y de pronto Danny Rose se revela como un personaje profundo, complejo, sensible, y su historia llena de anécdotas se convierte en un estudio de carácter. Incluso Tina, el personaje genialmente interpretado por Mia Farrow, es al inicio una caricatura por la que no sentimos más que curiosidad; al final, sin embargo, la odiamos, la compadecemos, nos alegramos con ella (en esa escena final tan similar a la escena final de Manhattan). 

Normalmente se dice que Allen es un mal actor, él mismo lo ha dicho (“no tengo más que un registro, no soy un actor versátil”), pero creo que en Broadway Danny Rose demuestra otra cosa; Danny es quizá su mejor interpretación y es además uno de sus mejores personajes (debe haber creado unos mil). En contraste con los intelectuales ingeniosos y de mal carácter que suele interpretar, Danny es un personaje profundamente humano, un perdedor entrañable (para hacer un guiño al primer número de los Cahiers).

Stardust Memories

Creo que es precisamente la “traición” que señalan Brode y otros críticos la que constituye el punto de inflexión clave de toda la carrera de Allen. De allí que una película imprescindible para comprender globalmente su obra sea Stardust Memories (1980). Entre todos los personajes representados por Allen y confundidos con él por el público, el que realmente merece esa confusión es Sandy Bates, el director reconocido, a su pesar, por películas cómicas que él mismo encuentra insulsas. 

Para 1980, Allen viene de haber probado, secuencialmente, el éxito de crítica, de público, de taquilla y de prensa con Annie Hall (1977), que ganó cuatro oscares (entre ellos mejor película), el fracaso y el desprecio más rotundos por su primer intento serio de hacer drama, Interiors (1978), y la incomprensión absoluta, por una obra maestra a la que aún no se le hace justicia, Manhattan (1979). 

Fue precisamente Interiors la película que inició la polémica sobre la “traición” a la comedia y a su público. Interiors es un evidente homenaje a Bergman (“homenaje”, en Allen, significa plagio, directa y abiertamente), así como Stardust Memories es un homenaje a Federico Fellini, concretamente a 8 ½ (1963). Este interés por copiar a los directores “serios” que admiraba se mantiene, por lo menos, hasta Another Woman (1988), otra bergmaniana, variación de Persona (1966), incluso hasta Husbands and Wives (1992), que esconde citas de la nouvelle vague francesa. Y es un interés que refleja claramente la falta de confianza e incluso el poco aprecio que tiene por su propia obra hasta entonces (en las entrevistas suele ser muy duro con sus comedias de los años sesenta y setenta, y, en realidad, con la mayor parte de su obra). En 2002 le dijo a Lax: “Siempre he dicho que no soy lo bastante artista ni lo bastante comercial. Para una persona del montón mis películas pueden parecer, a falta de una palabra mejor, pseudoartísticas, y para la gente que sabe de arte no va a ser arte”. 

Que sea precisamente Fellini el plagiado de turno en esta película crucial de su carrera no es gratuito; la exuberancia de 8 ½ es un marco perfecto para el desarrollo dramático de Stardust Memories. La película crece en complejidad formal y conceptual hasta alcanzar la cota barroca del encuentro de todos los personajes importantes en la vida de Sandy reunidos en una especie de homenaje-juicio-pesadilla, que es al mismo tiempo una revisión radical de su interés por el cine (“¿quieres hacer algo bueno por la humanidad?, has mejores chistes”, le aconseja un extraterrestre). 

Stardust Memories es también un homenaje al cine, como suele suceder en las películas de Allen. La escena final, en la que vemos a Sandy solo ante la pantalla, en la sala en la que se acaba de proyectar su película, no sólo es un bucle típico de Allen (del tipo The Purple Rose of Cairo, 1985) sino que representa la soledad fundamental del espectador, la nostalgia de un mundo más allá de este, tras la pantalla, en el que Allen ha querido quedarse siempre: ha dicho incluso que hace una película anual para no tener que enfrentarse a este otro mundo, el de la “realidad”, paradójicamente, el mundo en el que la comedia y el drama, de manera inevitable, van juntos. 

[1] El otro es Stig Bjorkman, quien ha publicado, entre otros “Woody por Allen” (Plot, 1995). 
[2] Otro par de referencias imprescindibles son: “Woody Allen” de Jorge Fonte (Cátedra, 2002), que tiene la información más exhaustiva; “Las películas de Woody Allen”, de Douglas Brode (Odín, 1993); y, en inglés, el interesantísimo “Woody Allen and philosophy”, una serie de ensayos editados por Mark Conard (Open Court, 2004), y “Reconstructing Woody”, de Mary P. Nichols (Rowman and Littlefield, 1998). Finalmente, el último número de la revista Kinetoscopio (No. 87) está dedicado exclusivamente a Allen.

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