18 de octubre de 2012

The Walking Dead


Después del Apocalipsis zombi alguien seguirá cortando el césped 
(Juan Andrés Álvarez Castaño)

El hombre se llama Rick Grimmes, lleva terciada una escopeta y va montado sobre su caballo. Va en busca de su mujer y su hijo, indefensos y extraviados en algún lugar incierto. Delante de él se extiende vacía la amplia autopista que conduce hacia la ciudad. A lo lejos, los oscuros rascacielos se levantan como sombras. Al otro lado, apeñuscados en el carril de salida, abandonados e inmóviles, centenares de carros devorados por el polvo. Aquí y allá los cuervos picotean impasibles los restos de algún cadáver decrépito y reseco. En ocasiones el cadáver se levanta y trata de alcanzar a Rick, quien no comprende a dónde diablos fue a parar el mundo… 

La secuencia es uno de los momentos iniciales de The Walking Dead, una de las novelas gráficas más populares de los últimos años, que cuenta la historia de un mundo post apocalíptico infestado de zombis por una razón que nunca nos será plenamente revelada. Se trata de un relato feroz en el cual abundan las yugulares sangrantes, las vísceras y los sesos desparramados, creado en 2003 por Robert Kirkman, a cargo de los guiones, y Tony Moore, como dibujante. La obra, publicada por Image Comics, fue premiada en 2010 en el Comic-Con Internacional de San Diego y el 31 de octubre de del mismo año el canal AMC, conocido por éxitos de audiencia ya casi legendarios como Mad Men y Breaking bad, estrenó su adaptación a la televisión a cargo de Frank Darabort, guionista de Pesadilla en ELM Street en lo que constituyó un nuevo éxito puesto que The Walking Dead se convirtió de inmediato en una nueva serie de culto. 

La historia de The Walking Dead la conocemos de memoria, aunque no siempre nos la han contado con muertos vivientes: Rick Grimmes es un hombre joven de algo más de treinta años, trabajador, respetuoso de las leyes, padre de familia y esposo ejemplar, valiente y buen amigo. Podríamos arriesgarnos incluso a decir que su visión del mundo, al principio, es la de un demócrata… Podríamos estar hablando del protagonista de la familia Ingalls (Little house in the prairie), de Daniel Boone o incluso de Pedro Picapiedra. Rick es policía y en el cumplimiento de su deber recibe un disparo que lo deja en coma al borde de la muerte y recluido en un hospital. Un día el hombre despierta y descubre que el mundo tal y como él lo conocía ha desaparecido. Y en ese mundo debe arreglárselas para cuidar a su familia. 

Ante todo a la serie hay que reconocerle que en su primera temporada, y muy especialmente en sus dos primeros capítulos, alcanzó un tono desolado y sobrio digno de La carretera o de El Poder y la Gloria (en el cómic esa sobriedad está muy bien acentuada por los dibujos a blanco y negro, que además constituyen una salida muy a la manera de Hitchcock a los frecuentes borbotones de sangre). Rick es un hombre común asediado por un mundo radical y absurdo, pero lo que en McCarthy eran hordas de salvajes caníbales y violadores y en Graham Green crueles policías mexicanos de piel cetrina, en The Walking Dead son caminantes: cadáveres que han vuelto a la vida y que fuerzan a los sobrevivientes a convivir al límite, a enfrentarse unos a otros y a revelar de esa forma que en un ser humano el lado más espeluznante y brutal definitivamente se revela cuando está en vida. 

En este punto viene bien recordar que, como todo buen relato americano, y no obstante las tripas desparramadas, The Walking Dead tiene una profunda vocación didáctica y moralizante y en cada capítulo podemos encontrar una revoltura de los temas que más obsesionan hoy en día a esa sociedad, y casi podríamos decir a todo Occidente. La serie está llena de acción (para aquellos a los que gusta la acción) con abundantes elementos gore (para el público gore, que al parecer es enorme), y funciona, moderadamente, como relato de terror… Pero en realidad pretende mostrarle a Norte América sus propias miserias, en un tono más rimbombante de lo que uno esperaría de un relato de muertos vivientes en el que por alguna razón, a pesar de que van ya meses del apocalípsis, en todas partes el césped siempre está bien cortado. 

En De Caligari a Hitler, una historia psicológica del cine alemán, Sigfried Kracauer anotó que la proliferación de tiranos y seres monstruosos y contrahechos del cine alemán en los años veinte y treinta era la proyección de una nación que se sentía manipulada y desvalida luego del abusivo Tratado de Versalles y veía en esas figuras, con esperanza y temor, a alguien que manejara su destino. Los zombis han terminado también por admitir una variedad de lecturas desde que en 1968 George A. Romero estrenó La noche de los muertos vivientes. En principio muchos se apresuraron a decir que aquellos muertos que regresaban de sus tumbas eran los soldados caídos en la guerra de Vietnam dispuestos a atormentar a una sociedad opulenta (y considerablemente republicana). Otros, aún más imaginativos que Romero, adujeron que los zombis eran la representación de los peligros del comunismo, que acechaban más que nunca a Norte América por aquellos días… Romero ha repetido en innumerables entrevistas que todas esas interpretaciones no corresponden a su intención, que no estaba más allá de hacer una película de terror entretenida, pero lo cierto es que desde entonces los zombis han adquirido una gran carga conceptual que los convierte en símbolo por excelencia de la alienación (lo cual es evidente en El diario de los muertos donde Romero mismo reflexiona sobre los desmanes de las empresas informativas). 

En la primera temporada de The Walking Dead, por ejemplo, una de las reflexiones más serias va en torno del verdadero papel de las mujeres en un mundo lleno de zombis y de machos alfa… Ninguno, parecen concluir los autores en un principio. Básicamente cocinar y lavar la ropa sucia, aunque lentamente Andrea, uno de los personajes femeninos comienza a alzar la voz y a verse tan fuerte como Rick o Shane, otro de los protagonistas. Nada más políticamente correcto podía esperarse del país y la era de Hillary Clinton, Sarah Palin y Condoleezza Rice. 

También nos encontramos con una forzada alusión a la gran problemática de los inmigrantes. De hecho los caminantes (walkers) son esos cadáveres que regresan y ahora amenazan el tradicional y sólido modelo de vida de la familia americana. Son inmigrantes, vienen del reino de los muertos, pero son inmigrantes que con su presencia arruinaron los valores y las costumbres de quienes quedan vivos. Eso sí, entre el grupo de los vivos también encontramos a un coreano y a un afroamericano para mantener por supuesto el tono incluyente y abierto. 

Pero como es típico en las historias de zombis, aquí nos enfrentamos a una de las más reconocibles obsesiones norteamericanas: las armas. Es como si la serie fuera patrocinada por la Sociedad del Rifle. Todo el mundo quiere tener una pistola. Y todos quieren aprender a disparar, lo cual es comprensible en semejante mundo. Cualquiera de nosotros quisiera aprender. Pero cuando Carl, el pequeño hijo de Rick de tan solo once años de edad, empieza a llevar una 9 milímetros en la pretina uno recuerda aquella canción de Aaron Lewis tan descriptiva del sentir americano: I love my country, I love my guns. 

Fuentes: 
Sigfried Kracauer “De Caligari a Hitler, una historia psicológica del cine Alemán”. http://es.scribd.com/doc/33863181/Kracauer-From-Caligari-to-Hitler-a-Psychological-History-of-the-German-Film-1947

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