9 de octubre de 2012

Carnivale


Carnivale: de los límites a la oposición entre el Bien y el Mal 
Vladimir Caraballo y Ana María Restrepo

Escribir sobre series de televisión 

Escribir sobre una serie de televisión cualquiera, CARNIVALE en este caso, ha resultado mucho más complicado de lo esperado. Y esto, sospechamos, obedece a varias razones: en primer lugar, creemos que se trata de un campo muy poco explorado por quienes usualmente se han dedicado a escribir y hablar de cine; no por quienes han hecho cine, pues basta hacer un recorrido superficial por el trabajo de directores reconocidos para darse cuenta que desde hace varias décadas han visto en el formato de la televisión ventajas con las que no se cuenta en el séptimo arte: extensión, acceso a un público masivo, posibilidad de reconstruir guiones, personajes e historias sobre la marcha, etc.; pero mientras que desde hace décadas directores de la talla de David Lynch o de Scorsese no han dejado de explorar este camino, los críticos hasta ahora parecen darse cuenta de que quizás valga la pena hablar de ello. En segundo lugar, la dificultad tiene que ver sin duda con ese usual desprecio con que ha sido vista la televisión en general, relegándola a un espacio soso en donde nada puede ser visto más que telenovelas plásticas completamente ajenas al mundo del arte; aunque sin duda esta visión tenga mucho de verdad, tampoco hay duda frente a que, de estar dispuestos a hacer búsquedas filtradas y juiciosas de un contenido cada vez más inabarcable, muy buenas sorpresas podrían aparecer.



La dificultad de escribir sobre series de televisión proviene de los dos elementos anteriores y deja a quien pretende hacerlo sin saber por dónde comenzar. Y es que justamente de eso se trata; lo que para los creadores de imágenes es el conjunto de ventajas que ya hemos mencionado para la crítica resulta ser todo lo contrario: la cantidad de información y transformaciones que ocurren en una serie que en el caso de CARNIVALE supera las veinticuatro horas de duración, tiempo que equivaldría a cerca de 20 películas de tiempo promedio, hace difícil ir más allá de las reseñas; si a ello sumamos que en el caso de CARNIVALE cada capítulo es dirigido y producido por personas distintas, se entenderá que la labor se hace, por decir lo menos, difícilmente abarcable.

En por esto que sumando estas dificultades a lo precario del campo de análisis de series de televisión, hemos decidido escribir un texto que por ahora no supere más que elementos relativamente fragmentados cuyo principal objetivo sea simplemente invitar a los lectores a ver Carnivale: primero, algunos datos sobre la producción; segundo, la historia que se cuenta y, tercero, un tema entre muchos otros que quedan por fuera: el papel del código ético al interior del circo. 

La producción de CARNIVALE 

CARNIVALE es una historia creada por Daniel Knauff al inicio de la década de los noventa, rodada en Santa Clarita, California y presentada al público por HBO en dos temporadas entre el 14 de septiembre de 2003 y el 27 de marzo del 2005. Inicialmente estaba planeada para una duración de 6 temporadas pero, aunque para el primer episodio alcanzó una cifra record de audiencia con 5.3 millones de espectadores, el último capítulo contó con tan solo la mitad; por ello y por asuntos presupuestales justificados (cada episodio tenía un costo de 4 millones de dólares) HBO decidió cancelar su producción. El fin de semana en que se canceló fueron enviados cerca de 50.000 correos de espectadores que se manifestaban en contra de la decisión, a pesar de lo cual se detuvo definitivamente el rodaje. Fue galardona con cinco premios Grammy en el 2004 (uno de los cuales lo obtuvo por la cortinilla) y nominada a otros tantos. 

Algo sobre la historia 

La historia tienes tres ejes principales: de un lado, la vida cotidiana de los integrantes del circo ambulante que recorre pueblos perdidos en la frontera entre Estados Unidos y México; de otro la oposición entre el joven Ben Hawkins –que cuenta con un extraño poder místico al que siempre ha rehuido– y, en principio del mismo lado, el pastor metodista Justin Crowe, que cree en la fe más que en las liturgias pero que termina sumiéndose en un profundo desencanto religioso que transformará su papel en la historia. En tercer lugar, estos dos personajes y la vida general del circo, terminarán enmarcándose en la mítica lucha entre el bien y el mal representadas en los dos personajes y en referencias históricas que van desde implícitas alusiones a textos bíblicos hasta el desarrollo de la I Guerra Mundial: la guerra ha terminado y el mundo ya no es el mismo, no por la destrucción de la sociedad sino por lo que la guerra significó como un nuevo episodio de la lucha entre el bien y el mal, no en sentido metafórico sino real, la lucha entre el bien absoluto y el mal absoluto: el diablo ha escapado y sólo podrá detenerlo alguien con el mismo nivel de poder; no será un asunto de buenas intenciones, ni de buenos y malos sino de destino. Ambos personajes, Hawkins y Crowe, están predestinados a enfrentarse pero se rehúsan a seguir un camino que tarde o temprano terminará encontrándolos. Hawkins será más bien un personaje de formación: va huyendo y descubriendo; en la búsqueda de su padre encuentra su propio devenir y sus obligaciones. El personaje del padre Justin es en sí mismo el punto más delgado de tensión entre el bien y el mal: Todos podemos saber quiénes somos pero tal vez no sabemos qué significa eso. 

Si el origen de la palabra fenómeno tiene que ver con “aquello que aparece”, una caravana de fenómenos que hacen su aparición en los pueblos desolados del sur de Estados Unidos, en tiempos de la Gran Depresión, podría no ser más que eso: las historias itinerantes de los sobrantes en unos pueblos de frontera. Pero CARNIVALE es mucho más; si bien la aparición del circo rodante en cada pueblo es una novedad, no se trata ni de la transformación del pueblo con la llegada del carnaval ni de lo difícil y doloroso que resulta ser deforme: en la frontera, como iremos viendo, no existen referentes de identificación para limitar lo normal y lo extraño, nadie es extraño porque todos lo son o porque sencillamente ya nada sorprende en medio del polvo y la desolación. Allí la mujer barbuda, el hombre lagarto, las siamesas y la adivina catatónica no son en realidad fenómenos sino parte de la misa realidad que desde el inicio dejó de ofrecer sorpresas. 

El código ético del circo en medio de la marginalidad: “si violamos nuestro propio código nos quedamos sin nada” 

Como hemos dicho, geográficamente la serie se desarrolla a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México a final de la década de los veinte. Por ello, cada capítulo está poblado de pueblos encerrados en sí mismos en donde la presencia de algo que pudiera ser signo de eso que llamamos civilización es casi imperceptible: familias viviendo al lado de las carrileras del tren con bebés muertos en los brazos, personas sepultadas por tormentas de polvo que llenan rápidamente los pulmones y los ojos de quienes no alcanzan a resguardarse y más lentamente los de quienes lo han aspirado a lo largo de su vida, niños con malformaciones (“la niña escorpión” por ejemplo) cuyas familias viven entre el mugre, el hambre y el aburrimiento del calor esperando ansiosas a que algún circo ambulante les pague algunos dólares para poder venderlos, miles de iglesias cristianas que a veces coinciden y otras se oponen al ánimo civilizador del Estado que lentamente busca comenzar a hacer presencia. 

Hablar sobre las fronteras siempre ha implicado eso. Así implicaba para los westerns del siglo pasado y así sigue implicando para series como CARNIVALE. No se trata entonces, como se supondrá, de mostrar solamente la pobreza y la marginalidad, sino de contar otras legalidades, otros valores, otras creencias, otros tiempos. Y qué mejor para ello entonces que un Carnaval, un circo ambulante. Ya Bergman se había acercado al asunto en Noche de circo (1953); allí mostraba toda la melancolía de una compañía cansada de moverse al margen de todo, cansada de una vida sin raíces, de la imposibilidad de acceder a todo a lo que se accede cuando se pertenece a algún lugar. 

Por ello la importancia de los rituales propios y del código de comportamiento, ético si se quiere, al que deben ceñirse irrevocablemente todos los integrantes del circo en CARNIVALE: han asesinado a una de las integrantes y todos se preparan a buscar venganza en el pueblo en el que han realizado la función de la noche anterior. La muerte debe pagarse con muerte, la sangre con sangre; no tiene que ser la del culpable necesariamente –aunque en esta ocasión casualmente termine siéndolo–, se trata más bien de una suerte de equilibrio al que se debe regresar: un muerto nuestro, un muerto de ellos. Suena simple, pero estamos hablando de un carnaval, de un circo, del lugar privilegiado del azar, del juego, de los trucos, del misterio, de lo desconocido, de lo incomprensible; por ello ese regreso al equilibrio no puede depender de los hombres simplemente, no puede reducirse a un brutal tiro en la cabeza que destroce los sesos del culpable sin ninguna magia; por eso, para esas ocasiones el carnaval lleva ejecutando el mismo ritual durante un tiempo tan largo que ya nadie recuerda las razones por las cuales se hace de esa y no de otra manera: en una de las carpas del circo el sujeto es ubicado en el centro de un círculo hecho por los cerca de cincuenta integrantes que pronuncian al unísono el nombre de la víctima; en seguida, un hombre entra arrastrando un viejo carromato que no deja de chirrear y que da tres vueltas alrededor del culpable; una vez cumplidas las tres vueltas, el sujeto debe escoger entre tres números sin saber qué es lo que está apostando: 1, 3 o 6; los números, nos damos cuenta luego de que el sujeto ha escogido el 3, corresponden al número de gatillazos que el dueño del circo ejecutará con una sola bala dentro del arma siguiendo la lógica de la ruleta rusa. El circo pide sangre y venganza y la respiración se contiene con el primer clic sin explosión que hace la pistola; el sujeto arrodillado suda a chorros y su respiración regresa nuevamente; todos gritan para que Samson, el jefe del circo, active el arma una segunda vez según la elección hecha por el pueblerino; pero nuevamente la ruleta falla en dar con el agujero de la bala. Tercera oportunidad: el sujeto se ha salvado. Desesperados por el dolor y por la sed de venganza todos gritan para que el hombre sea asesinado en ese mismo instante sin más protocolos: confesó ser el culpable, hay que matarlo, gritan todos. Samson intenta mantener la firmeza y mostrarles que no se trata de una simple venganza sino de la ejecución de un código ético que está por encima de ellos mismos, que es lo único a lo que se pueden aferrar en medio de la incertidumbre, que son sus propios dioses, que son de ellos y de nadie más, y que si pasan por encima suyo se quedarán sin nada. Será con la ayuda de otro de los integrantes que cuenta con la legitimidad suficiente que el resto de integrantes terminará aceptando las razones del circo y dejará ir al sujeto sano y salvo. 

No se trata entonces de la ley, ni de Dios, ni de lo que se suele entender como lo bueno y lo malo; todo pareciera estar siempre en los límites de lo comprensible, en los límites de lo humano, y es allí que se hace necesario un código propio. 

Una doble dinámica se mueve entonces en la historia: de un lado, como vemos, esa intención de ponerse en los límites en donde nada se hace claro; pero de otro, una vez el mundo ha sido puesto en cuestión, el regreso a la más milenaria oposición en donde todo pareciera volver a lo más básico, a lo más comprensible: la lucha pura entre el bien y el mal. "Before the beginning, after the great war between Heaven and Hell, God created the Earth and gave dominion over it to the crafty ape He called man. And to each generation was born a creature of light and a creature of darkness. And great armies clashed by night in the ancient war between good and evil. There was magic then, nobility, and unimaginable cruelty. And so it was until the day that a false sun exploded over Trinity, and man forever traded away wonder for reason" Samson (Director del circo) 

ADENDA: se queda por fuera la maravillosa banda sonora, la fotografía que tanto recuerda a Lynch, el ritmo, las actuaciones y la ambientación.

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