A la memoria de Heriberto García Vera, sonidista de la película
(Hernando Puerto Calderón)
En el marco geográfico, social y político del norte del Valle, se reconstruye la memoria de uno de los períodos más dramáticos, crueles y violentos de la reciente historia nacional. Desde la enriquecedora perspectiva cinematográfica, el director colombiano Francisco Norden encuadra en imágenes y escenas el discurrir de una época cargada de sectarismos, fanatismos y pasiones políticas.
La realización fílmica, con los personajes, los ambientes y los escenarios recrea una atmósfera cargada de conflictos, capaz de refrescar la memoria histórica de quien tenga la oportunidad de vivir la experiencia de su testimonio y acceder a un conocimiento que le facilite contrastar el pasado para reafirmar su presente. En esta perspectiva, Cóndores no entierran todos los días reformula el viejo principio de no olvidar para no repetir. El cine trasciende en esta película para construir memoria, y no de cualquier manera sino a través de su elaborada morfología y sintaxis cinematográfica adicionada a la capacidad de asombro de sus imágenes.
Cuarenta y cinco años de hegemonía conservadora fueron suficientes para configurar un Estado clerical, devoto, pastoril y firmemente apegado a las convicciones de la tradición religiosa. En esta época, la república de Colombia experimenta un estancamiento en los procesos de desarrollo social, económico y cultural. Con la llegada del liberalismo al poder, se propicia un cambio en las costumbres políticas y se reconfigura una propuesta social e ideológica difícilmente aceptada por sectores abiertamente retardatarios.
La circunstancia anterior da origen a sangrientos enfrentamientos entre las tradicionales fuerzas liberales y conservadoras, que precipitan acciones tan particulares como la de León María Lozano, destacado militante en las huestes azules, quien en adelante protagonizará actuaciones “heroicas” para sus copartidarios y terriblemente siniestras para sus contradictores.
Las primeras imágenes del film registran patéticamente la matanza de La Resolana (vereda cercana a la población de Tuluá). Como elemento simbólico, Norden muestra la tragedia apelando a un inocente juego de cometas de colores azul y rojo que más adelante, en primerísimo plano, aparecen agujereadas como ilustración mordaz de la violencia política. En este caso, a cargo de grupos liberales ansiosos de venganza y amparados por el ejercicio del poder.
Son ateos, son masones, son asesinos, no temen al poder de Dios. Serán castigados y sus cuerpos padecerán la tortura del infierno, los Jinetes del Apocalipsis los arrojarán a lo más profundo de los infiernos. Estas serán las afirmaciones del Padre Amaya desde el púlpito en la misa dominical. La escena de la misa es construida con una sucesión de planos que registran las expresiones de León María y doña Gertrudis de Potes. La doña asiente y sottovoce comenta que el sacerdote está culpando a los liberales, mientras León María se reconforta con el comentario del cura.
Cóndores será de aquí en adelante una propuesta coral en donde el protagonismo de gamonales, líderes religiosos, medios de comunicación, autoridades, gobernantes y pájaros asesinos intervendrán como comparsas del fatídico drama que se avecina. Norden acude a distintas puestas en escena, como la de la plaza de mercado, para ejemplificar el clima de confrontación. Un envalentonado gamonal liberal (Rosendo, interpretado por Santiago García), ofende públicamente a León María, acusándolo de ser un godo malo, y añadiendo que él (Rosendo) se “cagaría” en el partido conservador. Esta escena anticipa a otra en donde León María solicita humildemente a doña Gertrudis un puesto de venta en la galería, hecho que es promovido por la gamonal para que se le adjudique. Estas dos situaciones reflejan en esencia la personalidad de León María, como un sujeto calmado y quizás acorralado por la adversidad de las circunstancias.
León María Lozano recibirá el apodo de “Cóndor”, epíteto que le adjudicará la gamonal liberal, Doña Gertrudis de Potes, para referirse al pájaro mayor. Este mote resume en la persona de León María la existencia de “los pájaros”, peligrosos criminales que a nombre del partido conservador operaron en la zona como bandas dedicadas al exterminio, al boleteo y al chantaje de sus opositores.
Era necesario y así lo entendió Norden, erguir la figura de un personaje recio, centrado en principios inquebrantables como la lealtad a su partido, a sus costumbres religiosas y a sus convicciones moralistas. Este hombre sobrellevó el peso del asma, enfermedad que lo angustió física y psicológicamente, pues la idea de morir en la calle, lejos de su familia, siempre lo atormentó. “El cóndor” fue un personaje paradójico en el sentido de que siendo un ser rígido y con denotados rasgos de dureza y crueldad con sus víctimas, era al mismo tiempo víctima de miedos y temores producto de sus reatos moralistas.
“Es cuestión de principios”, esta frase repetida en tres momentos clave de la película, ratifican el muy particular carácter de este hombre. Su postura moralista y religiosa frente al sexo y las relaciones íntimas de pareja, su fidelidad al partido conservador y su ética de mínimos para no quedarse con lo ajeno, marcan la reciedumbre de sus convicciones. Blindado con esta configuración humana, arremeterá violentamente contra todo lo que signifique pensar y obrar diferente. Así exterminó familias, boleteó a sus víctimas, sembró el terror en el norte del Valle, persiguió a sus detractores y, casi sin proponérselo, se convirtió en un jinete más del Apocalipsis, que a nombre de la iglesia católica despejó el camino de ateos y de masones.
En la década del cuarenta la influencia de la radio y de la prensa escrita fue notoria; desde estos medios se moldeaban pensamientos y se construía opinión. La película reseña con magistralidad estas realidades. La radio será escenario político y religioso dependiendo de quien la utilice. Por allí desfilaron las voces de Laureano Gómez, Jorge Eliécer Gaitán, Mariano Ospina Pérez y por supuesto las de prelados de la Iglesia Católica. En las intervenciones de esta última se regocijaba religiosamente León María, rezando el “santísimo rosario”; con esta práctica borraba sus profundas culpas y limpiaba su alma de remordimientos. En lo que tiene que ver con la localidad, la radio estaba en poder del liberalismo; el periodista Alvarado, que dirigía el noticiero, era una “ficha” política de Gertrudis de Potes. Aunque Alvarado muere accidentalmente en un cruce de disparos, “el cóndor” siempre lo asintió como una buena pero necesaria víctima.
Con la caída del presidente Laureano Gómez, la situación política cambia en Colombia y afecta considerablemente a León María Lozano. El golpe de estado del General Rojas Pinilla incidirá sobre el futuro de las bandas armadas comprometidas en la contienda. La persecución de la fuerza pública a los grupos delincuenciales será inclemente. Aunque a León María, soterradamente, el gobierno conservador lo había premiado y condecorado por sus valiosos servicios a la causa, lo abandona posteriormente a su suerte. Por sus propios medios y aprovechando antiguas influencias, deambulará el “cóndor” por campos y ciudades buscando protección. Mientras tanto sus víctimas lo acechan, le calculan sus movimientos, lo persiguen donde quiera que vaya. “El cóndor” se refugia en templos e iglesias parroquiales. En un ambiente de tensiones sacras, con la penumbra propia de un templo católico, casi percibiendo el olor a incienso y veladoras y con un trasfondo de voces encriptadas y galope de jinetes, “el cóndor” presiente su final. Norden resuelve cinematográficamente la situación con la imagen de alguien que se escurre lentamente por una calle solitaria, con la tensión que imprime la cercanía de la muerte y acompasado por el sonido de una detonación certera, el director precipita al “cóndor” sobre el húmedo pavimento.
Cóndores no entierran todos los días es una obra para ver y reflexionar la historia de Colombia; es una manera de comprender y de estudiar la triste y cruda realidad política de este país. Tiene acierto, asombro y gracia para el cine; quedará en la historia cinematográfica nacional como un documento digno de ser consultado atemporalmente.
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