“Sweet and lowdown” sin voces: un homenaje al jazz y al cine mudo
(Vladimir Caraballo)
Con el objetivo de escribir estos párrafos, decidí ver nuevamente “Sweet and Lowdown” (Woody Allen, 1999). Sin embargo, algo raro ocurrió con la copia: el sonido de cada acorde de guitarra, de cada golpe del piano, de cada cuerda de contrabajo, funcionaba perfectamente; cada sonido era nítido, a excepción de uno: el de las voces. Ni la voz inicial de Allen hablando de Emett Ray, protagonista de la película y guitarrista extravagante, patético, fascinante, tosco y odioso; ni la de Ben Duncan (Disc Jockey de la emisora WFAD-FM) describiendo los desmayos que Ray sufría cada vez que veía al gran guitarrista de jazz Django Reinhardt (me pregunto que le hubiera pasado a Allen si se hubiese encontrado alguna vez con Sidney Bechet en persona); ni la del mismo Sean Penn interpretando a Ray; ninguna voz, desde el inicio hasta el final, pudo ser escuchada.
Lo que escribo aquí, entonces, es producto de haber visto Sweet and Lowdown sin el sonido de las palabras. Por eso, desde esta ausencia y desde la solitaria pero, por eso mismo, inmensa presencia de la música durante los 95 minutos de duración, esto es un triple homenaje: al cine mudo (por el casual silencio de las voces de mi copia, por la elocuente mudez de Hallie –compañera sentimental de Emmet Ray, y por la torpeza o falta de sentido común de éste –típica de los personajes del cine mudo), a Django Reinhardt y al Jazz.
Comencemos por el homenaje que la película hace al guitarrista gitano - francés Django Reinhardt. Como lo haría en “Zelig”, en “Sweet and Lowdown” Woody Allen ensaya de nuevo la creación de un falso documental, donde relata la vida de un virtuoso guitarrista de jazz ficticio, Emmet Ray, en la década de los 30 en Estados Unidos; aunque en su relato claramente se rinde homenaje al francés (Emmet lo menciona todo tiempo como el guitarrista número 1 del mundo después del cual, en segundo lugar, va él), creo que la vida de Emmet es, por muchos elementos, una especie de biografía del mismo Django. Voy a hacer el ejercicio un poco tonto, por exagerado, pero al menos entretenido, de mostrar algunos de esos elementos.
En primer lugar, ¿De dónde saca Allen, por ejemplo, la obsesión de Ray por matar ratas a balazos en los basureros de la ciudad? Quizás no se trate solamente de un detalle para hacer de Ray uno de los personajes excéntricos típicos del director, sino justamente, de una especie de exorcismo, de venganza frente al aspecto más trágico y conocido de la vida de Django Reinhardt: El 2 de noviembre de 1928, con 18 años y a la una de la madrugada, Django regresaba a su casa-caravana de una noche de música y alcohol. La caravana estaba atestada de flores de celuloide de su mujer, quien pretendía venderlas al día siguiente. Django siempre había tenido una especie de fobia a los ratones; en algún momento creyó oír uno en medio de las flores y buscando enfrentarse su miedo (y con más de un trago en la cabeza) tomó una vela para acercarse y poder verlo. Un poco de cera caída sobre las altamente inflamables flores bastó para provocar un infernal incendio. Gracias a que Django se envolvió en una manta para protegerse de las llamas, tanto él como su mujer se salvaron, pero su mano izquierda y toda la parte derecha de su cuerpo de la rodilla a la cintura quedaron seriamente dañadas. Al final Django había quedado incapacitado del cuarto y quinto dedos de la mano izquierda, por lo cual debió aprender a tocar solamente con el índice y con el del medio. No es descabellado pensar entonces en que la obsesión de Emmet Ray por matar ratas en los basureros pueda ser, como digo, una especie de venganza que el director le construye a la memoria de Reinhardt para que ajuste cuentas con el destino que le tocó[1].
Al lado de este asunto, existe una infinidad más que permiten pensar que efectivamente Emmet Ray es, al menos, una combinación entre el personaje de ficción creado por Allen y la vida real de Django. Para continuar con anécdotas comparativas, la costumbre de Emmet de llegar siempre borracho, tarde o sencillamente no llegar a sus presentaciones, está directamente relacionada con la misma actitud del guitarrista francés: cuando todavía vivía en París, Django tuvo el privilegio de ser invitado a la fiesta de una distinguida dama, en la que le ofrecían tocar junto con el guitarrista clásico Andrés Segovia. Tres horas después de que Segovia había terminado de tocar, Django apareció, pero… ¡Sin guitarra! Ante la negativa de Segovia de prestarle la suya, Django debió tomar un taxi e ir a rebuscarse una que la verdad, resultó siendo bastante mediocre. En otra ocasión, 1946, se dice que había sido invitado por Duke Ellington para tocar con su banda en el Chicago Civic Center de Estados Unidos; saliendo del hotel camino a la presentación, Django se topó con unos billares; debido a la obsesión que le despertaba este juego (al igual que al personaje de Allen), Django se ensimismó de tal manera que sencillamente olvidó su compromiso con la banda.
En primer lugar, ¿De dónde saca Allen, por ejemplo, la obsesión de Ray por matar ratas a balazos en los basureros de la ciudad? Quizás no se trate solamente de un detalle para hacer de Ray uno de los personajes excéntricos típicos del director, sino justamente, de una especie de exorcismo, de venganza frente al aspecto más trágico y conocido de la vida de Django Reinhardt: El 2 de noviembre de 1928, con 18 años y a la una de la madrugada, Django regresaba a su casa-caravana de una noche de música y alcohol. La caravana estaba atestada de flores de celuloide de su mujer, quien pretendía venderlas al día siguiente. Django siempre había tenido una especie de fobia a los ratones; en algún momento creyó oír uno en medio de las flores y buscando enfrentarse su miedo (y con más de un trago en la cabeza) tomó una vela para acercarse y poder verlo. Un poco de cera caída sobre las altamente inflamables flores bastó para provocar un infernal incendio. Gracias a que Django se envolvió en una manta para protegerse de las llamas, tanto él como su mujer se salvaron, pero su mano izquierda y toda la parte derecha de su cuerpo de la rodilla a la cintura quedaron seriamente dañadas. Al final Django había quedado incapacitado del cuarto y quinto dedos de la mano izquierda, por lo cual debió aprender a tocar solamente con el índice y con el del medio. No es descabellado pensar entonces en que la obsesión de Emmet Ray por matar ratas en los basureros pueda ser, como digo, una especie de venganza que el director le construye a la memoria de Reinhardt para que ajuste cuentas con el destino que le tocó[1].
Al lado de este asunto, existe una infinidad más que permiten pensar que efectivamente Emmet Ray es, al menos, una combinación entre el personaje de ficción creado por Allen y la vida real de Django. Para continuar con anécdotas comparativas, la costumbre de Emmet de llegar siempre borracho, tarde o sencillamente no llegar a sus presentaciones, está directamente relacionada con la misma actitud del guitarrista francés: cuando todavía vivía en París, Django tuvo el privilegio de ser invitado a la fiesta de una distinguida dama, en la que le ofrecían tocar junto con el guitarrista clásico Andrés Segovia. Tres horas después de que Segovia había terminado de tocar, Django apareció, pero… ¡Sin guitarra! Ante la negativa de Segovia de prestarle la suya, Django debió tomar un taxi e ir a rebuscarse una que la verdad, resultó siendo bastante mediocre. En otra ocasión, 1946, se dice que había sido invitado por Duke Ellington para tocar con su banda en el Chicago Civic Center de Estados Unidos; saliendo del hotel camino a la presentación, Django se topó con unos billares; debido a la obsesión que le despertaba este juego (al igual que al personaje de Allen), Django se ensimismó de tal manera que sencillamente olvidó su compromiso con la banda.
Así, el homenaje que Allen hace a Reinhardt parece ser más profundo que las menciones que Emmet hace de él permanentemente. Al contarle a un amigo la hipótesis de que el personaje de Emmet Ray era en sí mismo EL homenaje, me respondió que, en ese orden de ideas, los desmayos y huidas de Emmet tenían que ver justamente con que Emmet y Reinhardt eran justamente la misma persona, una misma presencia, razón por la cual existía una especie de imposibilidad existencial que impedía que los dos estuviesen en un mismo lugar al mismo tiempo; la solución narrativa para ello no podía ser otra que uno de los dos, fuese como fuese, desapareciera.[2]
Pero quiero entrar a un segundo elemento que de una manera más amplia continúa relacionado con los sonidos en el cine y de hecho, para este caso, con su ausencia: el cine mudo. Y quiero hacerlo no sólo por un capricho originado en lo ocurrido con la copia, sino porque además este homenaje ha sido transversal en las producciones de Allen: Samantha Morton interpreta magistralmente a Hallie, compañera sentimental de Emmet durante gran parte de la película[3]. Hallie tiene un rostro hermoso, una “dulzura natural”, es ingenua, sensible, “es buena lavandera” (así la presenta inicialmente su amiga), pero, o mejor, además, es muda. Y si: es “además” y de hecho, es “sobre todo”, pues lo que representa Hallie no es otra cosa que la magia del cine mudo para Allen. Durante toda su carrera el director ha demostrado lo que adeuda a Buster Keaton y a Charles Chaplin, y este filme no es la excepción. Si en “Sleeper” (1973) imaginaba un futuro sin palabras, en Sweet and Lowdown, el lado dulce, el más puro, no es otro que el de una mujer hermosa y sin palabras: “Samantha Morton hubiera sido una de las caras más perfectas del cine mudo", dijo el director en algún momento. No tenemos duda de ello.
El mismo homenaje lo hará también a través de la falta de “sentido común” del propio Emmet, a través de una torpeza que más que hacernos reír, hace que el personaje se vuelva cada vez más entrañable, así como ocurría con Keaton y Chaplin: ver sus intentos por subirse a la luna de madera gigante que él mismo se ha ingeniado, a pesar de lo ridícula que le sonó la idea a todos, para hacer una entrada magistral al escenario; ver su ridículo vestido de terciopelo azul con lentejuelas simulando a la Osa Mayor; verlo descender tambaleante del techo del escenario, a punto de caerse y frente a decenas de personas en el auditorio; ver su primer acercamiento romántico a Hallie: “Mi amigo tiró una moneda, perdí y me tocó quedarme contigo”; sus descabelladas ideas de diversión: ver trenes y matar ratas; etc. En fin, quién mejor para hablar de la torpeza en el cine mudo, y en nuestras propias vidas, que el mismísimo Andrés Caicedo:
“En los años 60, Jerry Lewis era la figura que regulaba nuestra impedida adolescencia y cuando malcrecimos, vinimos a comprobar que su torpeza no sólo era la nuestra, sino que la había inventado para que nosotros la copiáramos y nos justificáramos en su genio. La torpeza deviene de la conciencia de ser observado y ésta de concederle una importancia exagerada a las personas y al mundo que habitamos. Nos creemos mucho menos perfectos de lo que somos y esto es lo que nos atemoriza y nos impele a romper el jarrón en la mitad de la visita" (Caicedo, Andrés. Gaceta Colcultura. EL genio de Jerry Lewis. Agosto de 1976).
Así, un homenaje al cine mudo a tres manos: Allen, la fallida tecnología y Andrés Caicedo.
Para terminar, un último y evidente homenaje presente en la película: el Jazz. Ya ha dicho Allen que “el Jazz es la única música que va directamente al corazón” y que sale directamente de él; de un corazón dulce y sincero en ocasiones, pero también de uno sucio y maloliente. Él lo sabe y por ello escogió el título y los personajes: “su lado dulce y sensual [Hallie] y su aspecto más sucio y sexual[4] [Emmet]” (en entrevista al diario El Salvador de España, el 22 de diciembre de 1999). Recuérdese que, de hecho, algunos historiadores coinciden en que la palabra Jazz proviene justamente de la forma en que se le denotaba al acto sexual como tal en sectores populares negros de Estados Unidos. En este sentido, los años 20 y 30, la historia del Jazz en general, es la historia del hermoso cruce entre dulzura y suciedad: desde la rugosidad, crudeza y rabia en bruto de los field shouters o lamentos de los esclavos expresando la crueldad de sus largas horas de trabajo, hasta la alegría del swing que genera inevitables ganas de pararse a bailar escuchando a la Original Dixieland Jazz Band (muchos de los temas de la New Orleans Jazz Band de Woody Allen son covers o arreglos de originales de esta banda); del peso melancólico de “Summertime” en el clarinete de Sidney Bechet[5], hasta la desconcertante, ¡desconcertante, insisto! incertidumbre producida por el saxofón de Charles Mingus. Tal y como decía alguien en “La leyenda del pianista en el Océano” de Giuseppe Tornatore: “Si no sabes qué es… es Jazz”
Para terminar:
Sucio y sexual: “I’m a doggy, I stink when I’m wet” (Marvin Pontiac, “I’m a Doggy”[6])
Dulce y sensual: “ ” (Sidney Bechet, “Petit Fleur”)
[1] Diego Agudelo (Revista Kinetoscopio, No 87) tiene otra hipótesis al respecto: el gusto de Emmet Ray “por dispararle a las ratas, tiene algo del trompetista de Nueva Orleans, King Oliver, quien portaba una pistola nacarada” (72)
[2] En el mismo artículo de Agudelo citado en el anterior pie de página, el autor dice que Allen cuenta que el lado proxeneta de Emmet está inspirado en el pianista John Big Morton, y que, de hecho, su fijación por observar trenes en marcha, así como la ocurrencia de aparecer en público a bordo de una luna menguante de utilería, fueron tomadas de la vida del mismo Django (72)
[3] Por su papel, Morton sería nominada a un Oscar y a un Globo de Oro como mejor actriz secundaria
[4] Valga recordar que uno de los hijos adoptivos de Allen con su antigua hijastra, Soon Yi, se llama Bechet Dumain Allen en honor a Sydney Bechet.
[5] Un dato curioso que quizás no se sepa mucho: Marvin Pontiac, el supuesto compositor de jazz, hijo de un africano musulmán oriundo de Mali y de una madre judeo-norteamericana, no es nada más que una creación ficticia (como Ray para Allen) del siempre genial John Lurie:
http://www.lacasadelblues.com.ar/articulos/marvin_pontiac.htm
Pero quiero entrar a un segundo elemento que de una manera más amplia continúa relacionado con los sonidos en el cine y de hecho, para este caso, con su ausencia: el cine mudo. Y quiero hacerlo no sólo por un capricho originado en lo ocurrido con la copia, sino porque además este homenaje ha sido transversal en las producciones de Allen: Samantha Morton interpreta magistralmente a Hallie, compañera sentimental de Emmet durante gran parte de la película[3]. Hallie tiene un rostro hermoso, una “dulzura natural”, es ingenua, sensible, “es buena lavandera” (así la presenta inicialmente su amiga), pero, o mejor, además, es muda. Y si: es “además” y de hecho, es “sobre todo”, pues lo que representa Hallie no es otra cosa que la magia del cine mudo para Allen. Durante toda su carrera el director ha demostrado lo que adeuda a Buster Keaton y a Charles Chaplin, y este filme no es la excepción. Si en “Sleeper” (1973) imaginaba un futuro sin palabras, en Sweet and Lowdown, el lado dulce, el más puro, no es otro que el de una mujer hermosa y sin palabras: “Samantha Morton hubiera sido una de las caras más perfectas del cine mudo", dijo el director en algún momento. No tenemos duda de ello.
El mismo homenaje lo hará también a través de la falta de “sentido común” del propio Emmet, a través de una torpeza que más que hacernos reír, hace que el personaje se vuelva cada vez más entrañable, así como ocurría con Keaton y Chaplin: ver sus intentos por subirse a la luna de madera gigante que él mismo se ha ingeniado, a pesar de lo ridícula que le sonó la idea a todos, para hacer una entrada magistral al escenario; ver su ridículo vestido de terciopelo azul con lentejuelas simulando a la Osa Mayor; verlo descender tambaleante del techo del escenario, a punto de caerse y frente a decenas de personas en el auditorio; ver su primer acercamiento romántico a Hallie: “Mi amigo tiró una moneda, perdí y me tocó quedarme contigo”; sus descabelladas ideas de diversión: ver trenes y matar ratas; etc. En fin, quién mejor para hablar de la torpeza en el cine mudo, y en nuestras propias vidas, que el mismísimo Andrés Caicedo:
“En los años 60, Jerry Lewis era la figura que regulaba nuestra impedida adolescencia y cuando malcrecimos, vinimos a comprobar que su torpeza no sólo era la nuestra, sino que la había inventado para que nosotros la copiáramos y nos justificáramos en su genio. La torpeza deviene de la conciencia de ser observado y ésta de concederle una importancia exagerada a las personas y al mundo que habitamos. Nos creemos mucho menos perfectos de lo que somos y esto es lo que nos atemoriza y nos impele a romper el jarrón en la mitad de la visita" (Caicedo, Andrés. Gaceta Colcultura. EL genio de Jerry Lewis. Agosto de 1976).
Así, un homenaje al cine mudo a tres manos: Allen, la fallida tecnología y Andrés Caicedo.
Para terminar, un último y evidente homenaje presente en la película: el Jazz. Ya ha dicho Allen que “el Jazz es la única música que va directamente al corazón” y que sale directamente de él; de un corazón dulce y sincero en ocasiones, pero también de uno sucio y maloliente. Él lo sabe y por ello escogió el título y los personajes: “su lado dulce y sensual [Hallie] y su aspecto más sucio y sexual[4] [Emmet]” (en entrevista al diario El Salvador de España, el 22 de diciembre de 1999). Recuérdese que, de hecho, algunos historiadores coinciden en que la palabra Jazz proviene justamente de la forma en que se le denotaba al acto sexual como tal en sectores populares negros de Estados Unidos. En este sentido, los años 20 y 30, la historia del Jazz en general, es la historia del hermoso cruce entre dulzura y suciedad: desde la rugosidad, crudeza y rabia en bruto de los field shouters o lamentos de los esclavos expresando la crueldad de sus largas horas de trabajo, hasta la alegría del swing que genera inevitables ganas de pararse a bailar escuchando a la Original Dixieland Jazz Band (muchos de los temas de la New Orleans Jazz Band de Woody Allen son covers o arreglos de originales de esta banda); del peso melancólico de “Summertime” en el clarinete de Sidney Bechet[5], hasta la desconcertante, ¡desconcertante, insisto! incertidumbre producida por el saxofón de Charles Mingus. Tal y como decía alguien en “La leyenda del pianista en el Océano” de Giuseppe Tornatore: “Si no sabes qué es… es Jazz”
Para terminar:
Sucio y sexual: “I’m a doggy, I stink when I’m wet” (Marvin Pontiac, “I’m a Doggy”[6])
Dulce y sensual: “ ” (Sidney Bechet, “Petit Fleur”)
[1] Diego Agudelo (Revista Kinetoscopio, No 87) tiene otra hipótesis al respecto: el gusto de Emmet Ray “por dispararle a las ratas, tiene algo del trompetista de Nueva Orleans, King Oliver, quien portaba una pistola nacarada” (72)
[2] En el mismo artículo de Agudelo citado en el anterior pie de página, el autor dice que Allen cuenta que el lado proxeneta de Emmet está inspirado en el pianista John Big Morton, y que, de hecho, su fijación por observar trenes en marcha, así como la ocurrencia de aparecer en público a bordo de una luna menguante de utilería, fueron tomadas de la vida del mismo Django (72)
[3] Por su papel, Morton sería nominada a un Oscar y a un Globo de Oro como mejor actriz secundaria
[4] Valga recordar que uno de los hijos adoptivos de Allen con su antigua hijastra, Soon Yi, se llama Bechet Dumain Allen en honor a Sydney Bechet.
[5] Un dato curioso que quizás no se sepa mucho: Marvin Pontiac, el supuesto compositor de jazz, hijo de un africano musulmán oriundo de Mali y de una madre judeo-norteamericana, no es nada más que una creación ficticia (como Ray para Allen) del siempre genial John Lurie:
http://www.lacasadelblues.com.ar/articulos/marvin_pontiac.htm
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