24 de marzo de 2012

The social network (David Fincher)


The Social Network
David García

Después de Google, pocas cosas han revolucionado el ecosistema virtual como las redes sociales. Del mismo modo que Larry Page y Sergey Brin, creadores de Google y en su momento estudiantes de la Universidad de Stanford, otros jóvenes excepcionales han acomodado sus nombres en los listados de las personas más ricas del mundo. Mark Zuckerberg, estudiante de Harvard y fundador de Facebook, es heredero de esta tradición. Como pasa todo el tiempo con este tipo de personajes, el cine no tardó en tomárselas con la vida y obra de Zuckerberg, después de todo su historia tiene los ingredientes necesarios: juventud, genialidad y dinero, mucho dinero, y con el dinero viene el drama. David Fincher llevó esta historia al cine en 2010 con el título The Social Network. 

De esta película se ha dicho que es la Network del siglo XXI, o bien el “Easy Rider de la generación laptop”, como afirmó el escritor y crítico chileno Alberto Fuguet. Más allá de estos paralelos, lo cierto es que The social Network es una gran película y evidencia ciertos valores de la contemporaneidad: popularidad, exclusividad y dinero (mucho dinero). Tal vez lo mejor de The Social Network sean la historia (sin importar que sea o no “fiel a la historia real”) y los diálogos geniales de principio a fin; por ello, todo hay que decirlo, el principal mérito es del guionista Aaron Sorkin, quien a la postre ganaría casi todos los premios posibles, incluyendo el Oscar, por su adaptación del libro de Ben Mezrich “The Accidental Billionaires”. Puestos en este camino habría que decir que Jesse Eisenberg también mereció ganar todo por su impresionante interpretación de un Mark Zuckerberg cínico, calculador, genial y medio ciborg (un tanto parecido a Sheldon Cooper, el protagonista de la serie The Big Bang Theory). 

Estos son, a mi juicio, dos de los elementos que hacen de The Social Network una película memorable: los diálogos y las actuaciones, y ambos se advierten desde el principio de la película, en la mismísima escena inicial. En un bar, dos jóvenes sostienen una conversación a un ritmo frenético, lo que la hace difícil de entender y de seguir, sin embargo, pasa de todo: se coquetean, pelean, se reconcilian y finalmente rompen; hablan del nivel intelectual de los chinos, de los clubes sociales y la aristocracia, de las mejores universidades de los Estados Unidos, es decir, hablan sobre la distinción, la competitividad y la exclusividad. Bien pensado, la cuestión central de toda la historia es ésta, la exclusividad, y es que mientras Zuckerberg no puede pasar del cuarto de bicicletas del club estudiantil más antiguo y exclusivo, Eduardo, su mejor amigo, sí será miembro de uno; por ello, con el éxito del primero se evidencia no sólo la caída de la vieja aristocracia fundada en los apellidos y el capital social, sino la emergencia de una nueva élite donde al parecer sólo caben sujetos geniales y excepcionales. Se trata, si se quiere, de una revancha, no ya la de los nerds, como en los 80, sino de los geeks, que hoy son cool y están de moda (piénsese en la popularidad de series como Glee o The Big Bang Theory). 

Y entonces, ¿qué nos dice esta película de los tiempos que corren? Lo primero que se advierte en The Social Network es que está poblada de dos tipos de personajes: jóvenes ególatras y geniales, y viejos abogados pleiteros, de hecho, sintomáticamente, pareciera que hay más de los segundos que de los primeros, pues por cada cliente hay hasta tres y cuatro abogados. Adicionalmente, estos jóvenes son presentados como seres autosuficientes, confinados a un mundo donde sólo caben ellos; así, por ejemplo, en toda la película casi no hay ninguna alusión a la familia. Dicientemente este aspecto también se encuentra en The Big Bang Theory, la serie sobre la vida de unos jóvenes científicos -nerds/geeks- que, aislados como están en sus laboratorios y sus cálculos, tienen serios problemas para relacionarse con personas ajenas a su mundo y, sobre todo, con las mujeres; de hecho recuérdese que la idea de Facebook, al menos en principio, era esa: cómo socializar y acercarse a las mujeres… ¡sexo! 

A pesar de su condición de jóvenes, o precisamente por ello, los protagonistas de The Social Network son, además de talentosos, muy productivos, y es que si bien Zuckerberg y compañía tienen tiempo de divertirse en una casa de la soleada California, se dedican a su labor de programación durante 24 ó 36 horas seguidas, en las cuales, literalmente, no hablan con nadie. Ahora bien, Mark Zuckerberg no es el único protagonista de esta historia, también aparece Sean Parker, el inventor de Napster, interpretado brillantemente por Justin Timberlake. Parker entra en la película con un parlamento bastante sugerente. Una joven desconocida con quien tuvo sexo tras conocerse la noche anterior, le pregunta qué estudia y cómo se llama, en fin, quién es y qué hace; “soy un emprendedor”, le responde. En este caso sabemos que la idea de emprendimiento es un eufemismo para referirse a la especulación y la indeterminación como modo de vida. Parker no hace nada concreto pero es “un hombre de empresa”, el nuevo hombre de empresa para ser más precisos, un emprendedor que dejó la universidad y se dedicó a inventar, tal y como hacen muchos otros a juzgar por lo que señala el propio director de la universidad: “Todos en Harvard están inventando cosas. Los alumnos de Harvard creen que es mejor inventar que encontrar un trabajo”. (Es mejor inventar que encontrar un trabajo… este parece ser uno de los mantras del siglo XXI). La joven, al enterarse de que su amante ocasional es Sean Parker, cree haberse acostado con un millonario, pero éste se apura a corregirla, “exmillonario, pues ahora estoy desempleado y en bancarrota”. 

Ahora bien, la clave de Google, que es la misma de Facebook, es su secreto; por ello el algoritmo, tal y como confiesa Zuckerberg, es el “ingrediente primordial”. Y nada más esotérico que el lenguaje de la programación, de hecho, los jóvenes trabajadores de Facebook pasan su tiempo frente a una pantalla negra viendo cómo los caracteres verdes se mueven a toda velocidad. ¡Números! La imagen de los caracteres verdes en la pantalla de un computador nos es bastante familiar hoy, se trata del leitmotiv que popularizara otra película: The Matrix. Pero no nos engañemos, tras los caracteres verdes de Facebook hay algo menos abstracto y mucho más significativo: una intensa y sui generis experiencia social que entiende la importancia de la exclusividad, el prestigio y la popularidad en la vida de las personas. 

Lo más valioso aquí son, entonces, las ideas; éstas son, si se quiere, inconmensurablemente valiosas: “Facebook es cool y popular, y ese es su mayor activo”, sentencia Zuckerberg. En efecto, la clave de los nuevos modos de producción son las ideas, y éstas encuentran su expresión más objetiva en las patentes; por ello señala con tanto acierto uno de los gemelos Winklevoss: “llegar primero es todo” (recuérdese la escena de la competencia de remo, muy bien lograda por su intensidad y ritmo). Llegar primero, esta es la forma de competencia propia del capitalismo contemporáneo, donde lo que se disputa son los derechos sobre las ideas y sus posibilidades futuras, incluso las impensadas. Los nuevos emprendimientos, por ser en esencia ideas y abstracciones, guardan en potencia nuevas posibilidades y horizontes: “No sabemos lo que puede ser, no sabemos lo que será, sólo sabemos que es genial”, le dice Zuckerberg a su socio y mejor amigo, quien terminará demandándolo. 

Facebook no se ha terminado de inventar, nunca estará acabado; todo el tiempo está cambiando y se está expandiendo, no sólo en el espacio físico y geográfico (a través de los cinco continentes), sino en diferentes planos de la experiencia social (relaciones afectivas, oportunidades de trabajo, etcétera). Y conforme se multiplican los usos de Facebook, que dan lugar a fenómenos inéditos que no se habían contemplado hasta ahora, se obliga a ampliar y expandir los marcos jurídicos y legales referidos a la privacidad, la propiedad o los derechos intelectuales; no es de sorprender, entonces, que The New York Times haya llamado la atención sobre el hecho de que la política de privacidad de Facebook fuera más larga que la constitución de Estados Unidos (¡!)[1], un dato que debiera hacer sonrojar a tanto “social media expert” que anda por ahí. En todo caso, como se dijo, en The Social Network encontramos más abogados que cualquier otro tipo de personajes, ellos son, en últimas, los que están redimiendo las disputas de más réditos económicos en la actualidad. 

Finalmente, cabe señalar cómo dado el alcance imprevisto e indeterminado de sus emprendimientos, estos jóvenes se han topado con nuevos problemas que probablemente no alcanzan a entender del todo; no se trata sólo de los estrictamente legales, aunque de hecho Mark Zuckerberg tuvo que hacer frente a dos demandas multimillonarias antes de los 30 años, una de ellas de su mejor amigo, quien lo demandó por la cifra de 600 millones de dólares, a todas luces una cifra difícil de dimensionar (casi una abstracción dada la cantidad de ceros que tiene). Hay también toda una serie de cuestionamientos profundos, acaso más importantes que los económicos y legales, que son presentados sin complejos moralistas en The Social Network; se trata del marcado individualismo y el déficit de lealtad, confianza y compromiso característicos de la “ética del llegar primero”. Así, coronando un cierre en apariencia modesto pero decididamente emblemático, en la escena final encontramos a un solitario joven multimillonario actualizando una y otra vez su perfil de Facebook a la espera de ser aceptado como “amigo” por aquella joven con que discutiera en la primera escena; ella, a estas alturas, es la única persona que no lo ha demandado. 

[1]“Price of Facebook Privacy? Start Clicking”: http://nyti.ms/bkQPe4 (Artículo de The New York Times; mayo de 2010).

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