17 de mayo de 2010

Un tigre de papel (Luis Ospina), Agarrando pueblo (Luis Ospina y Carlos Mayolo)



Discusiones filosóficas de domingo sobre el mockumentary en el cine colombiano
(Juan Sebastián Corcione)

Esta discusión se llevó a cabo un domingo por la noche entre él (que para este caso será “Yo”) y Satanás.

Yo: ¿qué fue primero, la ficción o la realidad? 

Satanás: el huevo. ¡No!, espera, la gallina. Mmm, ¡no!, ¿qué fue lo que preguntaste?… ahg, no me vengas con filosofía a mí. 

Yo: Hace poco vi en televisión un “documental” en el que supuestamente asesinaban a George W. Bush, tardé mucho en darme cuenta que era una mentira, es decir, si hubiesen matado a Bush creo que hubiera visto la noticia –pensé. Esto me causó un malestar profundo, una pérdida de control al no lograr diferenciar los límites entre la realidad y la ficción… 

Satanás: Quizá esos límites son estúpidos, ¿por qué no partir de la idea de que todo lo que se ve dentro del marco de la pantalla es una ficción?, y ya, se acaba el problema…

Yo: Entonces, ¿para qué sirve la realidad?

Satanás: Sirve y mucho, pero no si es vista desde la pantalla, ésta la convierte en artificio, en truco de salón…

Yo: ¿Y el artificio sirve para algo?

Satanás: Le quita el aburrimiento a la realidad, es decir, el artificio, le arranca de tajo lo único que tiene la realidad que es precisamente eso: ser real.

Yo: Pero dicha ficción tiene que tener tintes reales para que sea creíble, y la duda me ataca cuando me pregunto a qué se debe la necesidad de lo verosímil en las construcciones ficticias.

Satanás: La experiencia tiene que partir de que a uno le puede pasar, espero no tener que recordarte la Poética de Aristóteles y todo eso… ¿verdad?

Yo: No, está bien.

Satanás: Mira, Truffaut decía algo como que la diferencia entre el documental y el cine es que en el primero dios construye la historia, en el sentido de que simplemente se trata de evidenciar, mientras que en el cine de ficción dios es el director. Yo pienso que la cosa se vuelve un ejercicio de arrogancia y ya está.

Yo: ¡No puede ser la arrogancia un sentimiento para algo tan importante!

Satanás: ¿Y por qué no? Toda la esfera del mundo es construida desde allí, la política, por ejemplo.

Yo: He visto la película Un tigre de papel, de Luis Ospina, ¿la has visto?

Satanás: Sí, por supuesto, en este caso es mejor, porque no sólo el cine de ficción le quita de tajo el aburrimiento a la vida, si no que mete la nariz en la realidad, la husmea y nos engaña; esta película es un conejo en el sombrero, Pedro Manrique Figueroa es una especie de totalidad de una época, encerrar todas las historias en una sola persona es encantador. ¿En algún momento pensaste que se trataba de un hecho real?

Yo: Todo el tiempo.

Satanás: Me sorprendes, no pensaba que fueras tan tonto.

Yo: No se trata de eso.

Satanás: Es obvio que no existe Pedro Manrique. Me atrevería a afirmar que gracias a esa película se evidencia la verdadera necesidad de la realidad. Es sólo hacernos creer y ya está, desde ese punto se puede crear toda una vida. Es un juego. Un juego divertido. Crear una “realidad”, darle esa motivación, entrometerse. Ninguna realidad es absolutamente objetiva, la realidad existe y se documenta porque hay quien la observa y la narra, ya desde ahí muere toda posibilidad objetiva.

Yo: ¿No existe, entonces, la objetividad?

Satanás: Por supuesto que no, ahora, volviendo a la película, los testimonios nos crean esta idea de alguien, alguien total del que uno puede tomar partido u odiar de inmediato; simplificar el mundo en juicios de valor no es sólo pertinente si no fácil, y así es mejor.

Yo: ¿Y Agarrando Pueblo, de Luis Ospina y Carlos Mayolo?

Satanás: Acá el truco está en demostrar cómo, a toda costa -y de hecho reafirma lo amañada que es la realidad cuando de verse en la pantalla se trata-, hay que retratar las cosas como se espera que sean. Es un problema matemático: a partir de la sumatoria de culpa por lo jodido que está el mundo, las personas sustraen responsabilidad, un souvenir o un mono que baila por monedas. La miseria es otro truco de salón, una carta en la manga.

Yo: Pero la miseria existe y hay que contarla.

Satanás: No estamos llegando a ningún lado. Sí existe y hay que contarla como se espera que sea, y ya.

Yo: A veces me das miedo.

Satanás: Y tú a mí.

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