21 de marzo de 2011

Aguirre, la ira de Dios (Werner Herzog)



¿Aguirre, los límites de la representación y de la imaginación? 
Fernando Astaiza

A un cine-espectador 

El modo de hacer historia desde el cine se comprende cada vez mejor, pues la comunidad de aficionados y críticos retoman una y otra vez los relatos que, sobre directores, actores, actrices, guionistas y géneros han trascendido tras el paso de los años. Estos relatos expresan las historias mínimas o generacionales que se mantienen a través del tiempo, además de las impresiones que nuevos cinéfilos van tejiendo a partir de sus descubrimientos. 

Ahora que se accede al material cinematográfico de una manera más sencilla, cada vez son más las personas que se cuentan entre el público especializado, el diletante, o bien, en el grupo al que no le interesa reintegrar comentarios sobre el cine, sino simplemente pasar de una película a otra. En todo caso, hay que reconocer en este campo un discurso que se va constituyendo cada vez más, aunque supone una labor disímil y dificultosa para quienes se suman de una u otra manera al nuevo público que quiera ir más allá de las etiquetas del consumo de productos-marca, productos-rostro, productos-experiencia y actualidad cinematográfica. 

Como el cine nos hace cómplices de una comunidad que se renueva constantemente, se considera apropiado asumir el modesto papel del portavoz que dialoga con las voces y las huellas conservadas en las películas, pues suponemos encontrar en ellas una serie de impresiones que forman parte de esa galería personal y colectiva que hemos construido como cine-espectadores. 

De esta manera, el ejercicio de escribir un artículo sobre cine de época sugiere el esfuerzo de remontarse a las imágenes escenificadas para el cine, las cuales han interpretado los hechos de una manera fantástica, o bien ajustada a los textos autorizados, para contar la historia política, social y cultural del pasado y del presente. En todo caso hacemos un recorrido por la galería de imágenes que conforman nuestra subjetividad, más allá del orden simbólico que permanece como historia y que llega hasta nosotros, únicamente, a través del texto oral o escrito. 

La historia, los términos del decreto y los términos del sendero 

Si se empieza con lo de siempre y se señala que la película es memorable y que ha dejado honda impresión en nuestra memoria, hay ya una polémica, pues Aguirre, Der Zorn Gottes (1972), traducida al español como “Aguirre, la ira de Dios”, es una obra que ha sido discutida y juzgada hasta por quienes se involucraron con ella de manera inmediata. Es conocido en este contexto el profundo conflicto y las acusaciones que se cruzaron el actor principal Klaus Kinski y el director Werner Herzog; asimismo, la insatisfacción de propios y extraños por la edición y la comercialización que tuvo el film en América, al igual que la crítica por el trato que se le dio a los indígenas, a los trabajadores, a las mujeres y a los negros, etcétera. Así que por lo pronto no se harán afirmaciones respecto a la actualidad de esta película, ni tampoco sobre su profundidad, más bien se dará una apreciación muy sencilla sobre la perspectiva histórica, que esta película puede ofrecer al espectador, a través del punto de vista que nos presenta la cámara sobre algunas acciones y el valor simbólico que algunos personajes pueden conservar hasta el presente. 

La película inicia con una toma de un inmenso borde de los Andes que se desgaja sobre la amazonía peruana, vemos una caravana de hombres con un contrapicado que desciende poco a poco por los caminos milenarios que los indios construyeron para atravesar la cordillera. La toma de la acción sólo ha requerido de la ubicación estratégica de la cámara para que dicho encuadre presente un medio inhóspito y fantástico, que determinará el curso de los descubrimientos y las conquistas de los hombres que llegaron a América. Es significativo que uno, como espectador, de alguna manera extrapole estas escenas y piense en la vivencia de los conquistadores europeos en América, y por lo mismo considere que Aguirre, la ira de Dios, puede marcar una reflexión sobre el discurso histórico mediado por los nuevos instrumentos técnicos que se asocian al texto escrito que había conservado nuestro pasado. 

Aguirre, la ira de Dios, proviene de un diario de Fray Gaspar Carvajal, quien se dedicó a hacer una bitácora epistolar sobre las vicisitudes de la expedición de don Gonzalo Pizarro, quien, como muchos otros, tenía la misión de encontrar el tesoro de El Dorado. En este sentido, la película mantendrá una voz en off que acompañará las distintas escenas y los desplazamientos que buscan representar aquella gesta histórica, de modo que la evidencia del texto histórico junto a la imagen cinematográfica compensará el orden de la ficción connatural al cine. En su momento, la presencia simultánea de damas de la aristocracia, indios, negros, armamento, carretas desarmadas, cerdos, etcétera, resulta ser en todo sentido surreal. El testimonio escrito que afirmaba que, bajo tales condiciones, quienes se encargaban del trabajo pesado morían como moscas, sólo confirma lo que hemos visto. Por lo mismo, comprendemos porqué don Gonzalo Pizarro organizó una pequeña expedición con el fin de que se adelantara río abajo en busca de la ciudad de El Dorado, para lo cual dio un plazo de una semana, después de lo cual deberían volver río arriba y dar aviso de la situación. Mientras que las condiciones del medio obligaron a la expedición original a dividirse, la voz en off que nos evoca las palabras de Fray Gaspar trata de comprender y ordenar esta circunstancia desde un razonamiento religioso y monárquico. 

El escenario que se plantea para este viaje es consignado en un folio que se escribe en público y se sella en nombre de Dios y los reyes españoles que se encuentran a la distancia. El nuevo rumbo está al mando de don Pedro de Ursúa, quien sale con cuarenta hombres en la búsqueda de la ciudad que guarda el tesoro, para el momento, es recurrente la referencia a las hazañas de Hernán Cortes y su papel en la conquista del reino de México: las nuevas gestas mantienen la medida del hito precedente, de manera que el viaje y el descubrimiento no ha tenido un camino distinto al que conservan los imaginarios compartido por los hombres. La expedición zarpa sobre balsas construidas con troncos, para abrirse rumbo por entre los rápidos del río, de manera que las perspectivas y el arribo a un destino lo proporciona la accesibilidad o la hostilidad del medio. Como en el inicio, el enfoque sobre los Andes pudo desbordar la función del instrumento y de la imagen para producir el reconocimiento necesario y construir una secuencia; en el descenso por el río, la labor se vio superada nuevamente por los imprevistos, pues una de las balsas quedó atrapada en la corriente contra una orilla que sólo tenía como contención filos de roca completamente inaccesibles y la corriente limitaba el desplazamiento, los remos y la fuerza de diez hombres que iban en ella eran inútiles para sacarla de ahí. En este momento la cámara sólo pudo ubicarse en la orilla opuesta, sin poder hacer otro acercamiento sobre el evento. Así, el relato cinematográfico entra en un clímax que servirá como telón de fondo para escudriñar en las perplejidades que anidan en el hombre, y en el medio selvático que tiene en el río el medio para alcanzar la ciudad mítica. 

El incidente será resuelto lúcidamente, cuando al amanecer aparecen muertos todos los hombres que estaban en la balsa, la cual no ha dejado de pendular de un lado hacia otro; el paso de la noche hizo su parte en la trama de la película, aunque para el europeo lo que ocurrió fue a causa de los indios hostiles. Las secuelas no tardarán en efectuarse, pues darán píe al papel protagónico de Lope de Aguirre (Klaus Kinski): se urdirá la sublevación contra don Pedro, quien quería volver el rumbo, mientras que Aguirre quería seguir conquistando por su cuenta; por lo mismo, se decide usurpar el mando y sellar un nuevo orden. La presencia del documento escrito que registra el sentido de los acontecimientos representa, en nombre de Dios y de la corona, la idoneidad del hecho, pues lo remite al orden de las certezas que son compartidas por quienes oyen la lectura pública del documento; a su vez, el poder de la firma lo vuelve permanente, pues queda garantizado por el puño y letra de una persona autorizada. Pero hemos visto que este orden se releva por el puño y la espada, pues la usurpación y el asesinato están a la orden de las acciones que el europeo contempla para revertir el orden y la institucionalidad. Basta mirar de solaz a Fray Gaspar de Carvajal, quien permanece impávido ante la petición de Doña Inés de Atienza, quien le ruega que interceda por don Pedro de Ursúa, pero aquel le responde que “la vida de los hombres sólo florece un instante, para gloria de la santa Iglesia, debo permanecer del lado de los fuertes […]” 

El ingreso de Lope de Aguirre a la historia hará que las irregularidades que afectaron la secuencia de acciones de la película sean controladas, es decir que la búsqueda de escenarios agrestes o exóticos para constituir la veracidad y la efectividad de la imagen va a ser remplazada por los tiempos muertos y meditativos que van a suscitarse para marcar contrastes emotivos, ya que el resto de la historia será dominada por la fugacidad de las conductas que van a quedar en vilo de acuerdo a las condiciones del entorno. En este nuevo orden la sinrazón hará una mala pasada a la historia, al atravesarla con la ficción, pues en el orden del renovado estatuto, que se leyó públicamente, quedó decretado que el nuevo regente de la expedición será don Fernando de Guzmán, a quien se denominó el emperador de El Dorado, mientras que Lope de Aguirre convierte el viaje silencioso por el río, cualquier viaje silencioso por el río, en un viaje de conquista, como si él movimiento por este curso, por sí mismo, significará el descubrimiento. 

Tal como se ha dicho más arriba, los incidentes naturales han condicionado no sólo el rumbo que lleva hacia El Dorado, sino que han provocado la reorientación de los objetivos humanos. El lugar imaginado se alcanza en consonancia con las posibilidades materiales de los individuos, y esto, desgraciadamente, tiene que ver con a ley de hierro que expresa la geografía y la mentalidad de este contexto delirante.

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