21 de marzo de 2011

Gangs of New York (Martin Scorsese)


Gangs of New York: entre las historias y la Historia 
David García

Pocas cosas tan enrevesadas y apasionantes como la historia de Estados Unidos, y no es casualidad que el cine haya sido, y siga siendo, una de la mejores formas de contarla y representarla; bueno, el cine y la literatura, pero es bien conocida la relación de vieja data entre Hollywood y muchos (grandes) escritores y sus novelas. Sin duda, la idea de que “la historia de los Estados Unidos es de película”, lejos de ser entendida de manera meramente retórica, ha sido tomada al pie de la letra por algunos de los más destacables directores norteamericanos del siglo XX. Martin Scorsese es uno de ellos, y es, seguramente, el director vivo que más se ha interesado y obsesionado con los personajes, las historias y las empresas que hicieron Estados Unidos. Enfocando sujetos y lugares diferentes pero que comparten un vínculo histórico innegable, desde los años 1970 ha dedicado al menos una decena de sus películas al tema. Algunas de ellas: Mean Streets (1973), Taxi Driver (1976), New York, New York (1977), Raging Bull (1980), The Color of Money (1986), Goodfellas (1990), The Age of Inoccence (1993), Casino (1995) y Gangs of New York (2002). Asimismo, ha dirigido y producido series de televisión (Boardwalk Empire, 2009, o The Blues, 2003) y documentales sobre figuras como Michael Jackson (1995), Bob Dylan (2005) o Frank Sinatra (2013), que se fijaron de manera indeleble en la historia cultural del país del norte; lo único que no ha hecho, se dirá, es un western, pero bien pensado varias de sus películas cuentan con su propia versión del “viejo oeste” e inéditos cowboys de ciudad grande. 

The Last Temptation of Christ (1988), The Age of Inoccence y Gangs of New York[1] son las tres películas estrictamente de época que ha dirigido Scorsese, y es precisamente esta última a la que quiero dedicar este texto, en mi opinión, su película más pintoresca, cargada y barroca, a despecho, incluso, de la pomposa The Age of Inoccence. Estas dos películas, sin embargo, comparten vínculos profundos, y no sólo espacio-temporales, pues ambas se desarrollan en la segunda mitad del siglo XIX, en New York, sino, más importante aún, un vínculo histórico que nos lleva desde el caldero que era la ciudad en Gangs of New York, donde los sectores populares luchaban por sobrevivir y hacerse un lugar en la nación que se estaba forjando con lo poco que había en común, y las clases altas, que reaparecerán en The Age of Inoccence, empeñadas en desmarcarse de sus vecinos pobres y emular, al precio que fuera, los gustos refinados y las buenas maneras de una idealizada aristocracia inglesa. (Otra línea de análisis interesante es la presencia de Daniel Day-Lewis en las dos películas, ya como el abnegado aristócrata Newland Archer, ya como el demencial Bill 'The Butcher' Cutting; pero, atención, siguiendo el hilo histórico nos volveremos a encontrar a Day-Lewis en otro rol protagónico doblemente emblemático, por la actuación y por el peso histórico del personaje, hablo de Daniel Plainview, el hombre del petróleo en There will be blood (2007), de Paul Thomas Anderson). 

La tesis central que quiero plantear acá es muy sencilla, y tal vez políticamente incorrecta: que hay, al menos, dos ironías centrales que estructuran la historia de Gangs of New York, y ello básicamente porque toda la película (¿la Historia?) es una gran ironía, una broma de mal gusto si se quiere. La primera ironía importante queda planteada desde la secuencia inicial de la película, y es el tránsito desde la oscuridad de las cavernas a la luz del día en la plaza pública (“The five points”). La otra ironía, la más mordaz quizá, es el gesto poco piadoso del director de insistir durante más de dos horas en la historia, con minúscula, de los dos protagonistas, para terminar por aplastarla, en tan sólo unos minutos, valiéndose de la pisada inclemente de la Historia, con mayúscula. 

“Toda mano que intente borrarnos de este mundo será cortada” 

La película inicia en la oscuridad, bajo tierra, en las cavernas. En efecto, la primera secuencia es una transición histórica que desembocará en el paroxismo de la luz. Al mejor estilo de Mad Max, nos encontramos con personajes tribales preparándose ritualmente para la guerra, individuos de muchas razas, colores, credos y lenguas, bailan, rezan, cantan, en fin, se engalanan hasta el extremo del surrealismo mientras suena una música de tambores que corona un cuadro que es la apología total de la “barbarie”. Desde el principio, entonces, se advierte lo que será una constante en esta película: el exceso. Hay exceso de colores, de movimientos, de músicas, como también hay personajes y situaciones excesivas, quizá demasiado; en cualquier caso, se trata de una estética muy cargada, barroca, y no recuerdo que Scorsese lo hubiera sido antes a tal grado. Este barroquismo resulta enigmáticamente cercano al de Emir Kusturika, quien también está obsesionado con la idea de cómo se hace una nación, así, pareciera que es el tema mismo y los procesos históricos de formación de las naciones los que se niegan a ser sobrios; y ello porque la nación es, siempre, una celebración de algo y de alguien, y esas celebraciones a menudo rayan en lo impensable, como ese “negro bailando como un irlandés” que aparece al inicio de la película. Hasta aquí, el único personaje que nos resulta más o menos tolerable, inteligible, que inspira un respeto imponente, y que pareciera ser el único que sabe con exactitud lo que está pasando y lo que están a punto de jugarse, es el Reverendo Vallon, un sacerdote católico, severo y ejemplarizante (tal vez el primero de tantos mártires inmigrantes), que guiará a su rebaño hacia la luz, hacia la promesa de la tierra prometida, y cuya muerte, paradigmática como ninguna, más aún en los Estados Unidos, será a manos de un carnicero, ¡iletrado, chauvinista y protestante! 

El redoble de los tambores se intensifica; los fieles, hordas de inmigrantes y ladrones, siguen al pastor. Toda esta secuencia desemboca frente a la gran puerta detrás de la cual espera el nuevo mundo, ¡y Scorsese la hace pasar frente a nuestros ojos en unos pocos minutos! Con una patada, sí, con una patada, se abre la puerta; al tiempo, un intenso blanco se apodera de la pantalla, la música se detiene y salen a la calle. El silencio. La plaza, que es de todos, o eso está por verse, los ciega momentáneamente con su blancura. Siempre ha costado salir de la caverna. Allí se encuentran las dos partes en contienda: los que están dispuestos a dar su vida por el derecho a estar y a ser (to be), y los que luchan por estar solos, por no tener ni siquiera que ver al otro, invocando un pasado mítico que hasta ese momento no habían tenido; ellos, que se vanaglorian de estar haciendo el país, son ya el pasado. La ironía está en que en un país nuevo estos bárbaros, que no han descubierto la política, invocan las viejas leyes del combate, las viejas tradiciones, una ingenuidad que pagarán cara. Así, se matan unos a otros honorablemente, dignamente, y mueren con orgullo. La ironía está en que la luz que los guía es de un país sumido en la oscuridad y desgarrado por la guerra civil, un país en devenir que está, a su vez, buscando una luz qué seguir, y por ello no le garantiza nada a nadie, ni a propios ni a extraños, de hecho no sabe distinguir entre unos y otros. La ironía está, finalmente, en que el vengador de su padre repetirá la historia y volverá a las cavernas, coronando la imagen nitzcheana del eterno retorno. 

“Gracias a Dios muero como un verdadero americano” 

En Gangs of New York el país de las oportunidades, de la libertad de empresa y del premio al arrojo individual aún no aparece, está luchando por ser. Con todo, el país que sí es, y que aún hoy sigue siendo, es el que tiene conflictos de migración, de religión y de control sobre el territorio. Entonces, ¿quién es el verdadero (norte)americano? Y Bill, el carnicero, cuya figura envuelta en la bandera de Estados Unidos es lo más parecido que hay a la tristemente célebre imagen del Tío Sam, nos responde con uno de sus tantos monólogos geniales: “un nativo es un hombre dispuesto a dar la vida por su país”… ¡Pero los que están dando la vida por el país eran, y son, mayormente inmigrantes! Ellos, que ni siquiera hablan inglés, como tantas veces se quejan en la película, no terminan de bajar del barco que los trae desde el viejo continente, y ya se hacen ciudadanos al tiempo que los convierten en soldados, o se hacían (hacen) soldados para convertirse en ciudadanos. Y eso es lo necesitaba el país: cuerpos que representen votos y cuerpos que accionen armas. 

- Eres muy bueno para pelear pero no puedes pelear por siempre, le dice el político a Bill, el carnicero. 

- Puedo caer peleando, responde Bill con orgullo. 

- Y lo harás… 

Así, la sentencia de muerte está escrita para ambos, sobre todo para el carnicero, que ahora es viejo; el joven otra oportunidad más tendrá; pero el protagonista, no nos llamemos a engaños, es Bill; Amsterdam no es mucho más que un ladrón torpe, sin planes, pero con coraje. En cualquier caso, ninguno entiende de política, no saben para qué sirve la política, aunque saben que existen los políticos, “gente tibia de la que no se sabe qué esperar”; por su parte, Bill es certero, contundente en su forma de hablar, que no distingue entre el notable y el ladronzuelo, y allí residía, precisamente, su autoridad y su poder, en el temor que produce en la relación cara a cara. Una autoridad que se irá diluyendo conforme se aleja de las formas de control que conoce, por ello, cuando se anima al juego político, pierde. Y la ironía no puede ser mayor cuando él mismo, “un verdadero patriota”, después de haber sido derrotado en las urnas, debe asesinar al comisario electo diciendo que “ese es el voto de la minoría”. ¡Ahí está! Bill se está quedando solo y los inmigrantes no paran de llegar; muy a su pesar debe aceptar que él hace parte de la minoría, ¿quién es, entonces, el verdadero (norte)americano? 

El motor de la historia de la película es la venganza personal, pero es una historia que se queda ínfimamente pequeña ante el arrollador paso de la historia del país, del progreso y el desarrollo, y su correlato, la guerra. Mientras los pobres salen a la calle, no para matarse entre tribus sino para protestar porque no quieren ir a la guerra, mientras los ricos se acuartelan en sus mansiones temerosos de la turba, ellos, un puñado de románticos, siguen con la parafernalia de matarse noblemente a cuchillo, cara a cara, cuerpo a cuerpo, nada de pistolas. Llega el final. Se encuentran en la misma plaza pero esta vez desolada, a punto de ser devastada; la historia se repite y pasa cerca, pero nunca por el mismo sitio, dijo Nietzsche. Con una candidez indecible se presentan armas, y antes de cualquier intercambio de cuchilladas, una bomba del ejército, impersonal y lanzada a la distancia, los arroja al aire como simples piezas de tablero. A la larga, a nadie le importa su guerra; la ciudad está ardiendo, está cambiando, y muchos de ellos no estarán ahí para contarlo, peor aún, no serán recordados. 

He aquí la ironía final, la de la Historia. Desde el principio se nos mostró el plano general de la ciudad, una imagen casi satelital de la New York de 1846, ¡y para entonces ya era una gran ciudad! Ahora está asumiendo otra forma, otro tipo de grandeza, la de los imponentes rascacielos que no dejarán lugar a las tumbas de los mártires y los patriotas que dieron la vida por su país. Scorsese termina la película después del 2001, año en que las torres gemelas fueron derribadas, y no a la distancia, sino por pilotos kamikaze, pese a esto, en la imagen final los rascacielos dan paso al World Trade Center, ello porque “se suponía que esta película era sobre la gente que construyó New York, no sobre aquellos que trataron de destruirla”[2]. 

Ah, sí… Amsterdam obtiene su venganza, pero eso, a estas alturas, resulta irrelevante, casi ridículo, una broma de mal gusto. 

[1] Originalmente, la idea de Gangs of New York data de 1978, y se intentó llevar a cabo a principios de la década de 1980, cuando los nombres de Willem Dafoe y Mel Gibson se barajaron para los dos roles protagónicos; sin embargo, sólo se pudo concretar hasta 2002, siendo, además, la película de más presupuesto dirigida por Scorsese hasta ese momento. Tomado de: http://www.imdb.com/title/tt0217505/trivia
[2] “the movie is supposed to be about the people who build New York, not those who tried to destroy it”; tomado de: http://www.imdb.com/title/tt0217505/trivia

No hay comentarios:

Publicar un comentario