21 de marzo de 2011

Danton (Andrzej Wajda)


Danton (1983)
Arturo Uscátegui

“Ayer será, lo que ha sido mañana. Nuestras historias de hoy no tienen que haber sucedido ahora” 
Günter Grass 

“…la historia es siempre historia contemporánea disfrazada.” 
Eric Hobsbawm 

La prolífica obra de Wajda -más de 40 filmes a lo largo de más de medio siglo de producción sostenida- que le valió en el año 2000 el Oscar honorífico, significa, entre tantas otras posibles valoraciones, la derrota de las formas más duras de la censura. 

El cine de Wajda, marcadamente político, mayormente histórico, nunca se atuvo a los cánones del realismo socialista y por el contrario, contenía cargas profundas de crítica a la sovietización de su país, Polonia. 

Su díptico de El hombre de mármol (1977) y El hombre de hierro (1981), que desnudaba las patrañas con que el estado socialista fabricaba los ídolos vivientes de los héroes del trabajo y reconstruía las luchas de los obreros de los astilleros de Gdansk, desde la masacre de 1970 hasta la constitución del sindicato “Solidaridad” y el papel de Lech Walesa, fue recibido con extrañeza e incredulidad. La izquierda más recalcitrante y ortodoxa de Europa y América Latina rápidamente calificó las dos películas como propaganda al servicio del imperialismo. Gobernaba todavía Brezhnev, el ejército soviético ocupaba Afganistán. 

¿Cómo entonces podían salir estas dos películas del aparato estatal cinematográfico polaco? Ni la sutileza ni la imaginación son atributos de los censores oficiales.

“El problema principal del cine político no es aceptar o rechazar la injerencia de la censura, sino concebir una obra que haga inoperantes los procedimientos de la censura. No se puede censurar sino aquello que no vaya más allá de la imaginación de los censores. Cree usted algo verdaderamente original: los censores perderán ahí sus tijeras junto con su latín”[1]. 

Y también los censores del otro lado perdían la posibilidad de comprender el significado de Danton en tanto ejercicio cinematográfico de memoria histórica, es decir, no como el aséptico, imposible y siempre sospechoso intento de la exactitud de la reconstrucción del pasado, sino como debate acerca de los regímenes de su interpretación, representación y mitificación política. Si Danton es hoy considerada como una de las mejores películas sobre la Revolución Francesa, lo es no por esos deleznables atributos de la “fidelidad” o la exhaustividad de su restauración, como por discutir su dimensión de proyecto fundante de la modernidad política.

Danton narra los escasos días que median entre el retorno a París del revolucionario francés, “el héroe del 10 de agosto”*, a inicios de la primavera de 1794 y su muerte en la guillotina el 5 de abril del mismo año. 

Su apertura: nada más distante de los himnos festivos de la aurora de una nueva era de la humanidad: llueve inclementemente, los sans-culottes* custodian la entrada a la ciudad y registran con exceso de fuerza a la población, la música es tétrica, disonante. Al llegar a la plaza, desde la ventanilla del carruaje, Danton ve cómo se yergue, cubierta apenas por un lienzo sucio y gris, la ominosa figura de la guillotina. 

Muy lejana también de los acordes fastuosos y optimistas de la Marsellesa –la única vez que el himno se escuchará será después de la traición de Bourdon** a Danton- la segunda escena: la concubina de Robespierre baña a su hermano de siete años; el niño, desnudo, tiritando de frío, debe recitarle la Declaración de los Derechos del Hombre y por cada equivocación recibe una fuerte palmada en las manos. 

Su cierre -que replicará esas dos escenas de la entrada y es un símbolo no demasiado difícil de descifrar del carácter cíclico de la historia, de la repetición de la misma tragedia, una y mil veces, de la Revolución –de toda revolución- devorando a sus hijos- será de nuevo el cubrimiento de la guillotina, como un trabajo colectivo, su acerado filo ya reluciente, ya sin la sangre, que unos instantes antes había cercenado la cabeza de Danton y sus compañeros. Y el niño de siete años ahora vestido con las insignias de los revolucionarios recitando sin errores la Declaración… a un Robespierre bañado en sudor, en medio del delirio y de la fiebre, arrinconado por la culpa, aterrorizado por el régimen del terror que él mismo gobierna: 

Robespierre: 

“Tengo la impresión de que todo lo que creo, lo que me mueve, se ha derrumbado. La Revolución se ha equivocado de camino. La nación no puede gobernarse a sí misma. La democracia es una ilusión. Estoy loco. Más valdría volarme los sesos. Así no tendría preocupaciones. Dormir como una bestia. Dormir”. 

El niño: 

“Artículo primero: Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos…Las distinciones sociales sólo pueden basarse en la utilidad común. Artículo segundo: El fin de toda asociación política es la defensa de los derechos imprescriptibles del hombre. Artículo tercero: el principio de soberanía reside en esencia en la nación Una entidad o individuo no ejercerá autoridad si no emana directamente de ella. Artículo cuarto:… 

Danton, casi treinta años después de su estreno, trasciende incluso su proyección de comentario entonces políticamente actual que el mismo Wajda había suscrito. En 1983 Polonia estaba en estado de guerra, la Asociación de Cineastas Polacos –de la que Wajda era presidente- había sido disuelta, el director había hecho pública su adhesión al movimiento “Solidaridad” y había hecho un guiño de aceptación para quienes interpretaron que el personaje Danton encarnaba a Lech Walesa en su lucha contra la dictadura y que Robespierre representaba al general Jaruzelski, primer ministro que ordenó la represión violenta sobre los obreros. 

Fruto de ejercicios necesariamente superficiales de divulgación histórica o de textos supuestamente escritos desde el rigor de la disciplina de la Historia o, quizás, por la necesidad de simplificar para presuntamente entender, los estereotipos del romántico y el tirano se han asociado a Danton y Robespierre respectivamente. Al primero correspondería entonces la pureza del ideal, el desinterés absoluto de su entrega total a la causa de los débiles y oprimidos; al segundo la frialdad calculadora de quien antepone la razón de Estado a cualquier otra consideración, a quien no tiembla la mano para ordenar desaparecer, matar, torturar. 

Las causas de la Revolución Francesa, sus consecuencias, la descripción de sus hechos relevantes no ofrecen mayor complejidad y con menores desacuerdos, parece haber un relativo consenso entre los historiadores acerca de esos aspectos. Pero permanece intacto en su misterio, en su explicación el complejo drama de esos 10 años que van desde la toma de La Bastilla hasta el nombramiento como primer cónsul de Napoleón: el verbo guillotinar será conjugado en todas sus formas, con todos sus reflexivos y enclíticos. 

Danton no es la historia del buen romántico en contra del mal tirano. Despojada de la maniquea interpretación de 1983, Danton emerge en toda la complejidad que Wajda propone para su film, pero que sólo anuncia con una breve alusión en su libro de memorias: “…la esencia misma de la película: el desgarramiento” (en cursiva en el original), y que continúa ahí, a la espera de ser interpretada. 

Para quien de adolescente combatió contra la ocupación nazi y luego soviética, que perdió a su padre en la matanza de Katyn*, que en una reciente entrevista sintetizó los 60 años de régimen prosoviético con estas palabras: “matar la inteligencia era el uso comunista”, que vio el eclipse político de Walesa en el año 2000 al recibir sólo el 1% de los votos, el punto de inflexión histórico que promete cada revolución y que sin falta y bien pronto siempre traiciona debe significar múltiples y muy hondos desgarramientos. Aun conociendo la historia, ésta se repite. 

No es muy seguro que aún respalde, o no del todo, esta afirmación con que cerraba sus memorias hace 25 años: 

“[…] La frase de Sartre: “El infierno son los otros”, no me cuadra. Los otros y yo representamos la única fuerza, la única esperanza. Estoy en contra de la idea de que el arte cinematográfico es un misterio y el público un mal necesario para la expresión del artista. Es por lo que me he adherido al movimiento polaco Solidaridad. Sigo fiel a su ideal, porque veo en ella el único remedio para nuestra soledad estéril, para el vacío que amenaza a la gente que está dispuesta a sacrificar el bien común en aras de su propio bienestar, para quien la palabra paz no surge sino de su deseo de que los dejen en paz…” 

[1] Andrzej Wajda, “Un cine llamado deseo”. 
* El 10 de agosto de 1792 las masas asaltaron el Palacio de las Tullerías y ese día fueron suspendidas las funciones constitucionales del rey. Georges-Jacques Danton tuvo un papel protagónico en ese hecho. 
* Literalmente “sin calzones”, eran la población constituida por pequeños comerciantes y artesanos de las ciudades que, sin unas determinadas líneas de mando, se constituyeron en la fuerza de choque militar durante la revolución. 
** Este político francés traicionó a Danton plegándose a Robespierre y luego traicionará a este último también. Bourdon vivió hasta 1807 y fue funcionario del gobierno de Napoleón. 
* “Katyn” es la penúltima película de Wajda (hecha a los 80 años) y que recrea la masacre de 20.000 oficiales del ejército polaco a manos de los soviéticos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario